jueves, 25 de diciembre de 2008

No pudimos con el desafío

Viviría siempre
entre sus brazos esquivos,
(aquellos)
que agitaron mi sangre
detrás de una ceguera.

El tiempo y su ausencia,
devoran sin reparo
la mañana
y el recuerdo de su mano en mi mejilla
sostiene una lágrima perpetua.

Si hasta el sauce llora su silencio.

Y aunque el mañana venga,
sé que lo he perdido.
Ayer fui ,
y hoy,
aún no he nacido.

lunes, 24 de noviembre de 2008

El ayer del hoy

Desde hace mucho tiempo quedaron atrás las salidas al alba, los papeles sobre el escritorio, los atardeceres alimentados a puro cansancio.
La pipa y las pantuflas se hicieron amigos de los crucigramas y de las tardes inmensamente largas.
Los proyectos postergados se deshilvanaron en sus manos temblorosas cayendo detrás de sus piernas débiles. El horizonte perdió nitidez más allá de sus lentes.
Cuando aquel lejano viernes de julio se cerró la puerta, dejó afuera las miradas, las risas, las discusiones, los contactos que se llevaron, porque les fueron dados, incontables momentos. Tan distraído había estado que no pudo, o no quiso, guardar un rincón desde donde hoy se asomara una mirada, un brazo donde apoyarse, o quien le ayude con la palabra difícil.
La tormenta oscureció la ventana y trabó la puerta. Ya era tarde para salir, hoy, o mañana.
Dejó entonces que la penumbra se adueñase de las paredes, del diario, y de su alma.

Hombre necio

Es oquedad y abismo,

es vacío
en la riqueza.

Es desierto y sed,

aridez
en el océano.

Es ceniza y piedra,

yermas
en la pradera.

Raso,
nulo,

de un nombre,
el deshecho.

Pasar la noche

Atraviesa la noche
porque sabe de su finitud.

La claridad que la oculta
acomoda las piedras
para volver a transitarla
con sus miedos y ausencias.

El día se disfraza oscuro
a la hora que supone órden,
descanso,
quietud y calma,

sigilosa despierta
al afluente íntimo del caos.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Poesía: Mis ideas

son gemidos de moribundo,
indiferentes
al afán de la ansiedad
del corazón y de la tinta.

No hay espacio vacío
donde atrapar
el vago andar de la musa.

Las palabras mustias
como hojas muertas
se desvanecen en el albor
de la tierra llana
que no pierde su blancura.

Poesía: Llora el alma

Llora el alma
sin hora que la detenga,
ni sol que la encandile.

Llora
su manantial triste,
sin ojos que la vean
ni mano que la alcance.

Llora el alma,
sin pañuelo
ni transparencias.

Agonía que llora
muda,
en tus lágrimas
ciegas.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Cuento: El agua



El río desbordó con inesperado desenfreno. Hace tres días que se adueñó del caserío, sumergido en las aguas barrosas, y ya, malolientes.
Unos pocos lograron improvisar una balsa que impulsaban con las ramas emergentes de los árboles. Desde las ventanas y los techos, familias enteras señalaban su permanencia con faroles sucios o linternas viejas.
La balsa se acercaba a cada casa y a ninguna. Poco se podía hacer en este precario recorrido. Sólo escuchar y contar el número de personas atrapadas, como si saberlo fuera importante.
Aislados por el desastre, en un páramo que no tiene lugar ni en los mapas regionales, las aguas se unen en una paradoja que sólo resuelve la contención y la espera.
Hasta las lágrimas engrosan el caudal del cauce descontrolado. ¡Demasiada agua! Ironía de los gritos de los hombres sedientos y deshidratados en medio de una inútil abundancia.

martes, 28 de octubre de 2008

Poesía: La duda

es el muro que desnuda a la certeza,

es el pozo insaciable de la sed perpetua

es el nudo que atraganta los caminos,

es la letra que da luz a otra palabra.

Poesía: El ahogo

Es piedra eterea
el aire que sostiene
manco la mañana,

ufano aliento
que nutre
la soledad
perpetua,

intruso
tenaz y ciego
que exhalo
pertinaz,
hasta el expiro.

sábado, 25 de octubre de 2008

Cuento: Sueño ileso

Luisa a los quince soñaba su suerte rodeada de múltiple descendencia y acogedores escondites violando el tedio de las madrugadas.
Cocinó en noches sin tregua y mañanas sin aliento la panacea traicionera que amasaron sus cinco maridos enredando diez brazos vacíos entre sus piernas.
Uno a uno abandonó la puerta, en la madrugada azulina, en el véspero gris, o en aciagas tinieblas nocturnas, robándole sin retorno las ramas desnudas del árbol sin fruto.
Luisa, la ilusa, envejece mientras su sueño permanece ileso, como a los quince.

Poesía: El fuego

Me envuelve
la caricia azul.
Su abrazo rojo
me desnuda
y eleva mi aliento
en un soplo amarillo.

Avido liba
mi sangre,
rumia mi seno,
roba mi alma.
Arde en mi pecho
un sino de cenizas.

Cuento: Mañana

La miseria labra hambre en las entrañas de sus hijos. El caldo vacío cuelga lánguido en el caldero de un invierno demasiado largo… y frío.
Las noches de llanto sólo callan cuando una mano casi tibia acaricia la piel macilenta.
Las mañanas vomitan rutina deambulando entre cartones y basura. Cientos de músculos tan jóvenes como inútiles pierden en cada paso sin destino un poco de fuerza y otro tanto de fibra.
Tardes enteras recorre estaciones cantando baratijas, despidiendo a un tren blanco que huye asustado ante el fantasma de otro, el bala.
Y vuelve a los vientres flacos con los ojos cada vez más hundidos. La noche llora, la luna aclara, y el bullicio impertinente de la ciudad, como siempre, calla.
El, duerme con sus manos vacías sobre las cunas de hambre, donde, tal vez, apoyará el pan que saldrá a buscar nuevamente mañana.

Cuento: Deber ser

Rozó el rosal con sus manos dudosas, temiendo que se secara.
Sus pasos se hicieron lentos hasta la quietud por miedo a no encontrar un destino.
El temor arrebató toda palabra y el silencio se hizo eco de sus dudas.
En una noche sin memoria, el mandato amartilló su única bala, apoyada en su sien día tras día.
Si algo no hiciera bien…como suponía obligado en un premeditado sino, el olvido y la humillación se harían dueños de su existencia.
Ante el posible castigo, prefirió el encierro y una inmóvil agonía.

sábado, 11 de octubre de 2008

Cuento: La tierra ajena

Guido saludó a la madrugada. Los potreros anuncian un día de trabajo y la yegua, fiel a la monotonía, aguarda la montura para iniciar el recorrido.
Laura llamó a su esposo para desayunar mate amargo y masticar galleta dura. Demasiado callado el Guido, pensó.
- ¿ Te anda pasando algo? – preguntó
- Ajá – fue casi una afirmación soslayada.
Como si lo pensara un poco más, asomándose a la ventana agregó:
- Escuché hablar a los patrones. Parece que han de vender las tierras.
Sin más palabras, salió a dar luz al día.
Luisa quedó con la pava en la mano. Tres generaciones habían pisado este suelo, sembrado y cosechado, aguantando aguaceros y sequías. Ella misma había obsequiado tortas fritas a los hijos, los hijos de los hijos y los nietos. A lo largo de los años había rumiado los cambios. El campo ya no era el mismo, no. La renta se adueñó del sostén de la tierra. Las pérdidas no esperaban tiempos de otras cosechas.
Le costaba aceptar que la escasez se alimentara de un despido, del abandono de la tierra que ensució sus manos levantando trigo para amasar el pan de sus hijos. Se le nubló la vista. Con el delantal enjugó sus lágrimas.
Guido acarició la yegua antes de ensillarla. La mirada eternamente triste del animal se hermanó con su congoja, como si fuera la víspera de una despedida.
Recorrió uno a uno los potreros grabando en su memoria cada horizonte que perdería de vista.
Esa noche, Laura y Guido cenaron en silencio. Los sonidos del campo oscuro hablaron por ellos. Todos, parecían de acuerdo.
Se abrazaron en la cama de hierro como cuando gestaron a sus hijos, y, antes que una firma les arrebatara el destino, bebieron juntos de la hierba.
El dolor agudizó su abrazo, retorcieron sus manos y se besaron con su póstumo aliento.
La tierra ajena tan amada se apropió de ellos en silencio, mientras la luna aún no se había desvestido.

martes, 7 de octubre de 2008

Cuento: La visita



Cada vez que Myriam la ve entrar, evita mirarla. Ella se acerca y siento que le toma la mano, aunque no la veo.
Callada, la viene a buscar. Myriam mueve la boca, pareciera estar hablando con ella como si fuera su mejor amiga.
Sin embargo, la evalúa con desconfianza. La conoce bien, aunque nunca la dejó estrechar fuertes lazos. Al rato cierra los ojos como diciéndole que no la moleste.
Ella se retira. Myriam vuelve a abrirlos. Sabe que se fue. Al verme, entorna nuevamente los párpados. Me pregunto si tengo algún parecido con ella. Espero que no.
Estamos solas .
De repente la vemos entrar otra vez. Ni Myriam ni yo resistimos su insistente visita, así que pedimos ayuda para echarla. Lo logramos.
Vuelve sin siquiera mover la puerta. Persiste a pesar de que tantas veces le hemos pedido que se fuera. Le clavé la mirada, ahora despectiva, ya me tiene cansada. Sostiene sus ojos en los míos y percibo que acaricia la cabeza agotada de Myriam. Por fin sale de la habitación con apuro, como si alguien la estuviera esperando en otra parte. Para nosotras fue un alivio.
La tarde oscureció tranquila. Dormitamos juntas, la mano de Myriam entre las mías. Las cortinas abrigan la noche. Myriam despierta y sonríe. Hablamos un poco.
Ella entra de nuevo, sigilosa como siempre y más apurada que nunca. Myriam se incorpora y la mira de frente con los ojos bien abiertos. Ella se planta soberbia a los pies de la cama. La escucho decir con voz invencible: “Levantate, Myriam. Nos vamos.”
Myriam ni siquiera se calzó. Tampoco me miró. Se fueron juntas, veo sus espaldas mientras los ojos de Myriam se hunden para siempre sobre la almohada blanca. Me dejó su aliento, y una mano tibia colgando entre las mías.

lunes, 6 de octubre de 2008

Poesía: Sábados

Lerda ocurre la tarde
sin tu mañana.
La borra permanece,
gélida y seca.
una hora dividió
la madrugada
cuando
el alba dijo adiós.

Cuento: En el bosque



A los duendes les duele cuando el bosque se queja acongojado por viejas leyendas de espanto y muertes secretas.
Como la que hoy cuentan incontables seres de variadas especies. Se dice que el bosque en enorme bostezo tragó en su suelo la silueta del hombre del sobretodo, un anciano sabio y centenario.
Dicen que el fantasma habla en el susurro de las hojas dando respuestas a intrigas infinitas.
Se hace saber que el bosque bebió la sangre para guardarla en sus entrañas, atesorando el misterio de la ancestral sabiduría.
Se afirma que por eso el bosque subyuga y es enigma.
A los duendes les duele que la leyenda los ignore. Son ellos los que juegan y encantan con cantos y susurros el secreto del bosque.
A los duendes les duele el alma, cuando los petrifican adornando el cerco de jardines y los bordes de las piletas, como si no la tuvieran.
Será por eso que esta noche el bosque está mudo, oscuro y siniestro. Las hojas dicen que algunos duendes duermen su dolor, pero que otros salieron.
Es la noche del trueno aterrador, del alarido desgarrado, del aullido eterno, de las dudas y los miedos. Son los duendes que gritan su venganza en una sociedad sorda que los cree muertos.

Cuento: Carne negada de cielo

Susana sueña frente a la imagen sinuosa de su desenfado. De nada sirvieron las mil sensaciones salpicadas en sutiles noches de arrebato sensual y sostenido. El abismo de su vientre acuna años de encierro dormido, clausurado a millones de huéspedes fortuitos y desafortunados.
Ella sabe de su silencio y su deseo. Sospecha de la suciedad de su suelo. De su íntima tierra violada en su infancia por Santiago Sosa, el sabueso ávido de virginidades involuntarias, el encargado de cuidar el mutismo de mínimas historias prisioneras bajo lápidas pálidas .
Susana se asoma cincuentenaria al desolado porvenir vacío de cielo, ausente de mañanas suaves cobijando cunas de terciopelo y tules frágiles.
Llora la sangre que aquel le ha robado, manchando sus senos, sembrando en su oquedad quimeras cautivas que viajan en noches sin llanto y en pechos vacíos.
Susana se alisa el cabello . Se recuesta en el camastro sobre el que saltaron señores y jovenzuelos aplastando su carne, saboreando su sueño.
Se desliza sumisa bajo la sábana.
En la mañana fría, Santiago Sosa, ávido sabueso sabedor de su oficio, encierra las ilusiones de Susana bajo el centenario cemento del cementerio.

domingo, 5 de octubre de 2008

Poesía: Presidio

Amanecer de bruma,
pensamiento esquivo,
la duda improvisa
en la razón que no anida.

Palabra ociosa,
eco del abismo,
mientras el pozo traga
este vértigo mudo.

Sedientos centinelas
abrevan el futuro
mientras el tiempo llora
agua sin destino.

Níveo destierro
de semilla temprana,
cerrojo del aliento,
postrado y vivo.

Poesía: Adiós

El silencio enmudece
las horas inmóviles,
y el alba diluye
el perfil de tu sombra.

La memoria
estanca la tarde,
oculta soledad
en este abismo,

y la luz, terca,
espera otro día,
el de siempre,
o el de nunca.

Cuento: La llegada del tren

La llegada del tren


Miguel esperaba con ojos cansados sentado en el banco del andén. Mientras veía pasar un montón de trenes retenía con fuerza y esperanza las palabras de su madre.
Antes de partir, con su último aliento, le había dicho: “Miguel, el camino a la felicidad pasa por única vez como un tren, sólo hay que estar atento y saber cual elegimos.”
Desde ese entonces, Miguel recorrió un sinfín de estaciones. No quería perder la oportunidad.
Veía con sorpresa correr a tanta gente subiendo a vagones de cientos de formaciones que pasaban una y otra vez durante el día y la noche. El estaba atento a los destinos. Tenía la plena seguridad de que ninguno llevaba el cartel esperado.
Después de largas jornadas de desvelo, el sueño lo tumbó en el banco. Acurrucado bajo su campera de jean, sintió que unos brazos lo alzaban. El hambre y el agotamiento impidieron despertarlo. Entre sueños percibió que lo movían. El calor de un banco diferente lo acarició y se distendió. Dormía tranquilo y cobijado, arrullado por el vaivén del vagón que recorría tierras para él desconocidas. Soñó que por fin había llegado el tren de sus sueños.
Al despertar, se encontró con los ojos de su madre. ¿Había elegido bien?

Cuento: Desalojo

DESALOJO


El mate calentaba el hambre que la olla vacía no saciaba. El silbido helado que cantan las hendijas enmudecía la mano tiesa sobre el papel arrugado. La birome, sin capuchón, esperaba indecisa a un costado del codo flaco y desnutrido.
El hombre gordo suspiraba impaciencia con el portafolio de cuerina resquebrajada por la insolencia y la intolerancia.
Un simple garabato imposible de eludir constataría las deudas de la desocupación y la miseria, cerraría las hendijas para siempre y acunaría la pobreza bajo una manta y diarios viejos en alguna vereda acogedora.
Los ojos vidriosos fotografiaron en la memoria el catre desvencijado, la pava negra y abollada, el mate de lata y la bombita de veinticinco que colgaba de un cable raído.
Firmó. Se fue con la manta a saludar al viento.
El gordo dio la señal a los hombres de mameluco que fumaban afuera.

Cuento: El velorio

EL VELORIO

“Ni siquiera pusieron un par de velas. Ya sé que Luis y su mujer regordeta son amarretes, pero hoy…”
La tía Margarita lucía pálida, envuelta en puntilla barata y blanca. El neón celeste que rodeaba al Cristo en el cual nunca había creído, le daba cierto tono violáceo nacarado a su piel cerosa y traslúcida. Tenía los párpados cerrados y sus manos plácidamente cruzadas sobre una margarita, donación del panadero del barrio.
“Mi hermana se podría haber arreglado un poco. Se la pasa acomodándome el pelo cada quince segundos y ella ni siquiera se pasó el cepillo en esa maraña de hilos grises. Me acaricia la frente de tal forma que en cualquier momento va a quebrar mi frágil piel dejándome el hueso a la vista. Si nunca me dio una palmadita en el hombro, ¿a qué viene este manoseo tardío?”
Margarita percibe un revuelo cerca de la puerta.
“ ¡Ay, no! ¡Mirá quien llegó! El cuñado, el importante de la familia. Por tener auto en la puerta, traje gris multiuso y zapato negro acordonado, juega al empresario, dueño de un local de loterías varias, quinielas y sabe Dios qué tramposas fantasías. Adulado por todos, no es capaz de servirte un café, un vermucito o un triste mate cuando pasás por su casa de visita….¡Pero mirá vos! Se me acerca con lágrimas en los ojos y me trae una rosa roja envuelta en celofán verde. ¡Las cosas que hay que ver cuando se ha perdido la vista!”
- Era tan buena – lo escucho decir mientras apoya sus manos sobre los hombros de mi hermana – Yo, desde que la conocí, siendo novio de Carmen, la adoré.¡Tenía una personalidad tan especial! – agregó casi con voz entrecortada.
“Esto si que se pone interesante. Claro, qué va a decir. Si cuando mi hermana menor, Carmen., lo presentó, lo miré de arriba abajo, calando al instante lo malandrín que era, y mis ojos, esos verdes que antes brillaban, se lo dijeron con sostenida mirada.
“Carmen estaba cerca de la puerta conversando con Luis, averiguando, como si fuera importante, los detalles de mi ataque. Que dónde, que cuándo, que cómo…El pobre Luis, repetía como la cinta de un cassette sin fin, las circunstancias de mi partida. Agarrado a las monedas, se vino a vivir conmigo, recién casado, a la casona de nuestros padres. Su mujer, una petisa rellena como matambre navideño, callada como el silencio, se acomodó durante todos estos años a la convivencia tripartita en la espera de la sucesión que le evite una mudanza. Si cuando se acerca a atender a los concurrentes, como si fuera la maestra de ceremonias del evento, se le lee hasta en los ojos lo que siente: ¡Día de Gloria! Ahí viene. Se acerca y toma del brazo a mi cuñado, que le dice mientras le palmea la espalda”:
- Ustedes han sido tan generosos con ella. Tienen que estar orgullosos, sobre todo vos, una cuñada ejemplar.
“Ahora se pone divertido. La carcajada explota en mis entrañas cuando recuerdo las palabras del cuñado describiendo la estupidez, torpeza y mal gusto de quien ahora alza en el podio del orgullo. Nunca pensé que esto podía ser tan maravilloso … aunque nada sorprendente.
Los vecinos van entrando de a grupitos tímidos, murmurando palabras circunspectas repetidas durante siglos, cadena con tres eslabones en un único vocabulario funesto:
- Lo siento mucho. ¡ Qué letanía aburrida!
Cármen me deja a manos del cuñado y se apresura a servir cafecitos en vasos descartables minúsculos. Dos hombres, a quienes no recuerdo haber conocido en mi larga vida, se arriman al cuñado, que sigue a mi lado como custodio de presidente.”
- Lo siento – dice uno de ellos en voz baja sin poder simular una sonrisa.
- Al fin largó la vieja – comentó el otro, más sincero.
“ ¿Y éste quién es? Me da mala espina, aunque el espinazo no se me mueva.”
- Sh – lo calla el cuñado.
- ¡Vamos! Si no escucha – dice el honesto, por así decirlo.
- ¿Está todo arreglado? – pregunta el otro.
“Callan los tres porque se acercan mis sobrinas. Dos párvulas de apenas quince años, a las cuales nadie les indicó el decoro que merece la situación, o por lo menos, el que yo merezco. Con pantalones más que ajustados y unas remeras escotadas llenas de brillantina ordinaria, se inclinan, y al verme, se les escapa un gritito de horror. Salen abrazadas corriendo hasta la puerta. ¡Qué papelón!”
- ¿Está todo arreglado? – insiste.
El cuñado, con su mirada furtiva, entorna los ojos y contesta:
- Los padres le dejaron a Margarita la casa como herencia porque era la única soltera que se quedaba a vivir ahí. El resto recibió parte de unos terrenos que tenían en Flores. Como la vieja permitió que Luis y su mujer vivieran con ella, y ayudó a la otra hermana cuando enviudó, ellos renunciaron a su parte de la casa. Así que la ùnica heredera es Carmen. Sí, la guita es nuestra.
- ¿Cuánto tiempo lleva hacer el papelerío? – cuestionó el más jóven.
- Sh! – interrumpe mi adorado cuñado al ver la silueta del hombre que no se movió ni un segundo de al lado de la tapa del cajón, apoyada sobre una pared.
Un hombre, más que un hombre, una sombra. Margarita no lo ve, pero es conocedora de su presencia.
Cuando escuchó las palabras de su heredero político, no pudo menos que esbozar su última sonrisa, la mejor de todas.
El hombre vestía un saco marrón de lana. En su bolsillo, descansaba un sobre con un papel firmado ante escribano público, en el cual la voluntad de Margarita le otorgaba la propiedad de la vieja casona que la vió crecer. Donde él dejaba cada mañana una bolsa de papel con panes tibios; en cuya puerta cancel se acariciaron mejillas y se hornearon ternuras.
“Mi estimado cuñado, la casona es de quien llenó de amor mi vida, de quien lo puso hoy en la flor que lleva mi nombre.”