miércoles, 9 de septiembre de 2009

La carta

Puso disimuladamente la carta dentro del ataúd. La detallada confesión de su hijo, a quien jamás volvería a ver, ardería junto al cuerpo de su marido. Ambos de profesión literaria, los escritos premiados de uno ensombrecían los del otro. Una lucha constante que llevó a la desesperación y locura sin retorno. Una angustia que encontró remedio en sutiles gotas vertidas en el café amargo de cada noche.
El tiempo fue cómplice y el viento acogió las cenizas, mientras en el bronce quedaron perpetrados viejos honores.
Pasaron los años.
Los diarios y revistas especializados hoy llenan sus páginas con los elogios a un nuevo nombre, que, colgado de un apellido ilustre, logró despejar una sombra y hacerse luz, candela que se alimenta de la trama de un silencio y la pluma de un asesino.

Los secretos

En un instante se deshicieron en escombros las historias ocultas en el altillo de la casona centenaria, donde una familia de estirpe colonial había vivido, en comentario de vecinos y allegados, según dictaban las buenas costumbres.
Sin embargo, las maderas de aquellos rincones oscuros, quemadas por la explosión, volaron buscando el alma de la niña desvestida con violencia por el apellido noble que heredara.
Los diminutos cristales de la mínima ventana repitieron el viaje de aquel joven que saltando en el vacío encontró solaz para su vida solitaria, mientras las llamas devoraron las cartas del amor prohibido de la dueña de casa, celosamente guardadas en un secreter, dejando que las cenizas se dispersaran hasta encontrarse con los cuerpos de los amantes para no separarse nunca más.
En un balcón cercano, pero no tanto como para que la alcanzaran las astillas, una anciana llora mientras lava los secretos que el derrumbe calla con el mismo silencio de su vientre partido por la insensatez de su padre.
Deja que el polvo cubra para siempre el cuerpo de su hermano dibujado en los adoquines del ayer, y entierre los secretos de su madre, mujer hablada hasta la vergüenza como ninguna otra, detrás de la cortesía de las buenas costumbres.
La tierra deshizo para siempre las cadenas que por años la atraparan. El estruendo ensordeció memorias y recuerdos, y pudo, al fin, encontrarse con sus fantasmas.

viernes, 4 de septiembre de 2009

En el altillo

Sombra azul
de aquella caricia
que en un juego de aromas
y temblor sublime
develó el secreto
recostado en la madera.

Un diapasón vibra
entre los azahares
dibujando huellas
con máculo derroche
en la trama escondida
de aquella que fuera virgen.