miércoles, 25 de agosto de 2010

desde el sueño

Se descubrió los ojos descorriendo la sábana hacia el pie de la cama. Ni los párpados cerrados disimulaban la felicidad que lo invadía. Bastaba verle los labios arqueados como luna creciente. Su respiración era lenta. Le tomé las manos y me recosté a su lado. Cerré los ojos.
Nos encontramos bajo un roble enorme enmarcado por un verde extenso y brillante. Me sonreía. Dejamos la sombra para que el sol cegara nuestras miradas. La tibieza de su mano se quedó en la mía, y apoyados uno en el otro nos fuimos haciendo horizonte en tanto la oscuridad escondía nuestras huellas. ¿Fueron horas las quie pasaron? Tal vez la noche robó el calor de nuestras manos. Hace frío. Con un gesto le sugerí que diéramos la vuelta: " Regresemos al sol", me pareció decirle. No me escuchó, o no quiso responder. Cuando me intuí despierta, estiré la sábana. Creo que no respira.