sábado, 24 de septiembre de 2011

Como un árbol.

Los plátanos se vistieron con un delicado encaje verde que se teje con fuerza cada día, una fuerza que acumularon en la desnuda soledad del invierno y hoy se expande hacia lo alto y hacia lo ancho aún sabiendo que el vestido glamoroso volverá a caer, no como una pérdida irreparable, sino en una renovación profunda que en cada ciclo lo eleva más, pues la raíz robustece su espíritu en la riqueza oscura del alimento.

Dicen de...

Dicen que los idiotas

creen en los pájaros de colores.

Así me juzgarán entonces

porque creo en el zorzal de pecho naranja

que canta y come en el jardín;

creo en el benteveo con su traje amarillo

y la corona negra enmarcando su cabeza

cuando elige la miga para su nido;

creo en los horneros de ocres suaves

paseando por el césped confiable y verde;

creo en los gorriones menudos e intensos

que picotean migajas entre las briznas;

en el ave majestuosa cuyas plumas

como dedos blancos dibujan alturas en el cielo;

en el amor eterno de las torcazas.

creo en sus mensajes, su presencia,

en sus cantos y trayectos.

Dicen de los ilusos

que viven en las nubes…

ilusa me llamarán entonces

porque mi alma respira bajo las estrellas

y la escucho en el silencio.

Creo en las formas caprichosas

de los vestidos blancos,

creo en la voz del viento,

el grito de la tormenta,

la melodía de la lluvia

y la caricia del rocío.

Dicen de los locos,

que hablan con las cosas…

Protegeme la locura

de escucharte en el roce del follaje,

de alabarte en el sol, rezarte en el árbol

y susurrarte en la luna.

Protegeme la locura

de pensarte en las aves,

amarte en los frutos

y decirte en los ojos mansos del cordero.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Noche oscura - día claro

Una noche oscura

¿Cuanto tiempo es necesario para saber si un sueño es sólo un sueño?

¿Qué cantidad de esperanzas se agotan y renuevan ante la realidad que no cambia?

¿Cómo aprender a distinguir el delirio y la locura?

¿Es la fe un invento que adormece la postergación?

Sin embargo, no puedo dejar de creer... ¿Será que no puedo creer en mí?

Estoy cansada y no se ven estelas detrás. El anhelo parece escaparse. No pude aprender cómo funciona la vida, no interesa tampoco…

El día claro

¿Porqué comenzó el día con las palabras “defender la vida”?

¿Será la respuesta al sentimiento humedecido anoche con lágrimas y sorbos de té verde?

¿Es quizá Dios que habla desde el silencio y grita con las voces de los hombres o susurra en el nacimiento de las hojas?

Otra vez el alma se escurre en el viento, alza su angustia al cielo y deja al sol entibiar su anhelo.

Pero la piel se seca y el deseo quema. El ciclo empuja sin importarle si la tristeza posterga.

La arena corre entre los dedos sin detenerse. Solo a veces me pregunto donde acaba el desierto.

...

¿Qué soy si no soy ahora

lo que fui ayer?

¿Cual sueño me desvela

si la hora venidera no encuentra el mañana?

La aurora se detiene para siempre,

aquello que busca el alma

lo devora un tiempo finito,

y él, perseguido sin prisa

recorre un camino

( que se me antoja)

interminable como la eternidad.

El último viaje

Con la mano sobre mi hombro, no puede avanzar al ritmo de mi movimiento; aún así, sus dedos rozan mi cuello.

Como un atardecer tormentoso, la luz se fue haciendo sombra sin sol que la entibiara. Hace frío y el camino está oscuro, sin embargo, es difícil equivocar el rumbo. Creo que sigue a mi lado. El sendero sugiere un único destino…los desvíos quedaron atrás, muy atrás. Tan atrás como percibo su sombra. ¿Estoy sola?. No encuentro su tibieza en mi cuerpo. Quiero detenerme pero no puedo. Avanzo. En la ruta que transito no hay espacios. Se escapa la noción de lejanía, tampoco puedo ver si estoy cerca….¿cerca de qué? ¿lejos de donde?

Por primera vez tengo miedo. Miro alrededor, casi ni me encuentro; no hay lugar, no hay tiempos. Sólo silencio.

Y yo, con la nada, inmensamente quietas.

La niña

La luna, solapada, observa por entre los cuerpos tormentosos a la niña que tantas noches le hablara.

El muelle sostiene sin esfuerzo la silueta mínima que había huido de la casa en busca de consuelo y de silencio.

Con la cabeza caída, pronuncia uno a uno los dolores pintados en el cuerpo; títeres negros descansando en sus hombros, rodilla de súplica morada y un labio partido por la sangre de la vergüenza.

El río grita su furia y el viento, cómplice, se compadece.

Cae la niña y el agua, sinuosa, acaricia y lava cada herida. Ella encuentra el silencio allí en la oscuridad que le ilumina el rostro, y sonríe.

El universo

Tantos todos de infinitas partes,

partísimas idénticas de una diversidad interminable.

El uno marca lo único, el dos se abraza

y el infinito se multiplica.

Cada sol empuja los sueños de una misma luna,

los cuantos danzan en el océano y el abismo.

Nubes en el cielo, también en el útero,

es piel de electrones de curiosas texturas,

la misma que llora toda materia,

sea la primera estrella, o sea la última herida.

El lugar

Sólo escucho el murmullo interno. Se me antoja que tras el hierro pintado hay algo que no puedo siquiera imaginar. Me extraña que nadie busque la salida. Todos actúan con una normalidad casi excéntrica. Me pregunto porqué hay hombres apostados en las esquinas. ¿Son guardias? ¿Hay motivos para defenderse? No pareciéramos representar ninguna amenaza, casi da risa de sólo pensarlo. Tal vez exista un peligro afuera. No podemos salir, lo se porque me lo impidieron. ¿Nos están protegiendo? ¿Cual es el riesgo?

Las preguntas son mías, sólo mías. La mayoría de los hombres dormitan en el suelo; las mujeres, agrupadas, susurran lágrimas y gimoteos; los más jóvenes mastican astillas de madera y los niños, como siempre, ajenos.

Decidí ser parte del ambiente, ocupé una silla próxima a la única mesa, apoyé la cabeza en mis manos, y me dejé abandonado.

Un ruido ensordecedor ocupó el vacío. Miré en derredor. Todo estaba igual de quieto. Entorné los párpados y una luz escandalosa quebró mi penumbra. Busqué desesperado con los ojos tan abiertos. Todo estaba igual de sombrío. Con terror cubrí mi cabeza bajo los brazos. Los gritos y aullidos me enloquecieron. Me levanté trastabillando. Todo estaba tan sereno. Corrí. Golpee con fuerza cada pedazo de hierro sin saber si era pared, puerta o ventana violada. Me sudaron las manos y un escalofrío se alojó en mi espalda. Grité hasta que la voz me dejara.

- ¡ No quiero morir! ¡ Sáquenme! ¡ No quiero morir!

Entonces, sólo me miraron, primero con cierto recelo. Rieron. Les devolví la mirada, con atención y sorpresa. Lo supe entonces. Estamos muertos. ¿Es este el averno?

Teatro

Parpadean las sombras vestidas de amarillo,

La flauta traversa hilvana melodías en el telón que abarca los sonidos.

Una voz, escondida en los parlantes, susurra.

Los duendes salen a escena y danzan recortando figuras extrañas bajo la bóveda que los cobija.

La ilusa

Me senté en el banco de la plaza tiritando bajo el sol tibio de un atardecer de invierno.

La tristeza y la rabia, conjugadas en llanto, humedecieron la bufanda tejida por la miseria. No encontré coraje en mi espíritu agotado.

Debí haber gritado, sacudido su inercia, atacar su soberbia, pero las palabras me esquivaron ahogadas por el estupor y la vergüenza.

El me expulsó como se echan a las ratas. Y había dicho amarme. Yo, nunca lo hice. Pagué con mi piel sus deudas, serví con mis noches sus vicios y mi hambre sació la suya.

Pero él, había dicho amarme.