lunes, 28 de noviembre de 2011

La ferretera

Ya son las siete y media, mejor voy bajando la persiana. No vaya a ser que sobre la hora de cierre aparezca un cliente nuevo. Tenías razón, la ferretería es muy absorbente. Esta tarde estuve pensando mucho en vos; vino una chica de unos veinte años vestida con una de esas remeras tan cortitas que parecen una vincha fuera de lugar y me pidió algo que sólo pude haber conocido a tu lado, en aquellas tardes revolviendo y ordenando cajas en la trastienda, apurando mates tantas veces fríos … mirá si yo, mujer de veredas y escobas, voy a saber lo que es un baremo. Si me habrás aburrido tardes enteras contándome de clavos, tornillos, sacabocados y cientos de objetos que para vos y otros pocos más son de enorme utilidad.
Como te imaginarás, me sentí realmente orgullosa de no poner esa cara que tanto me criticabas cuando no entendía o no sabía lo que buscaba un cliente. Supongo que vos también estarías orgulloso.
Pero no se porqué hoy estoy tan amable con vos, como si te hubieras muerto y yo fuera la viuda fiel y acongojada del mejor ferretero del pueblo, si en este preciso instante tal vez estés retozando como un cabrito acá nomás, a la vuelta, en los brazos de esa mujer que vino a quedarse como la inocente y pobrecita peluquera.
Si, mejor voy cerrando…

La misión

Seguramente nos va a llevar más tiempo del que suponemos, pero no por eso vamos a abandonar el objetivo.
En primer lugar y para que te conozcan bien, vas a vivir en la casa de un artesano. Está comprometido con una mujer joven que será como tu madre. Se obediente. Lo importante es que te vean pero que no llames la atención. Claro, eso vendrá más tarde.
Después de un tiempo prudencial, saldrás en busca del socio que te está esperando. El lugar es cerca del río, no lo olvides. Allí él tendrá reunidos a un grupo de personas. No te engañes, no todos están implicados, alguno puede ser que quiera ser cómplice y se te acerque demasiado para después darnos la espalda. Fijate vos, lo vas a poder manejar seguramente.
A partir de ese momento, cuando ya te reconozcan como líder, dale duro a la campaña. Caminá, hablá, gritá, hacé todo lo necesario, hasta milagros si se te ocurren, no dejes un minuto sin dejar las cosas bien claras, porque si no, se nos va todo literalmente al demonio.
Bueno, hasta acá tenes alguna duda? No? Bueno. Después viene la parte difícil. Algunos incompetentes te empezarán a perseguir. Cuando te la veas complicada o si tenés ganas de abandonar, andate bien lejos y recordá que el tesoro es inmenso, que cuento con vos y sobre todo que vos contás conmigo. Algunos de ellos también cuentan con nosotros.
Claro que con tanto tiempo de soledad te van a acechar los enemigos, así que no pases más de mes y medio. Con eso bastará para recuperar fuerzas.
Es muy probable que en cuanto te hagas ver nuevamente te echen el guante. Te la van a hacer pasar duro, muy duro, pero no aflojes, acordate que nuestro plan exige sacrificios pero vale la pena. Por ahí te juzgan como a otros delincuentes. No les hagas caso, vos y yo sabemos la verdad.
Los conozco, tanto, que casi estoy seguro lograrán matarte. Se van a sentir satisfechos. Mirá la sorpresa que les espera. Eso sí, no aflojes ni por un segundo, porque te necesito. Es más, van a tener tu imagen colgando como un souvenir para no olvidar que ellos pudieron doblegarte, son tan tozudos, caprichosos y soberbios que pasarán siglos antes de que acepten la verdad. Otros lo llevarán como estandarte.
En fin hijo, allá vas. Te espero.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Papel de seda

La mañana entró por el postigo apenas entornado. Bajo la sábana se desperezó la modorra y la tibieza del sol le arrebató los sueños que quedaron sobre la almohada.

Ella despegó la espalda y buscó las chinelas para protegerse del frío. Sus pies rozaron el mármol y se deslizó hasta la cocina como si fuera una hoja de seda flotando en el viento.

El camisón de batista insinúa sus curvas atravesadas por los días sin bocado y las semanas de encierro. Abrió la alacena solo por hacerlo, sin esperanza ni sorpresa.

Hacía un año que la depresión la desvistió para nunca más salir. En todo ese tiempo, los víveres se fueron acabando en forma racionalmente imparable y lo único que entró fue el agua de la cañería.

El ardor en la boca del estómago ya no le hacía ruido y era una sensación tan cotidiana como inevitable, similar a respirar.

Hace ya meses que dejó de inundar las horas con tristezas; ahora son amigas, excelentes amigas, tan amigas como sólo aquellas que no necesitan mirarse para saberse acompañadas.

Juntas repasan las cartas, unas amarillas que muestran la crueldad de un corazón que se escondió en el papel para abandonarla después de haberla enamorado, palabras que se leen y resbalan sobre la piedra lisa de una pasión asesinada, que ella aún recuerda.

Otras, de cartón desteñido y bordes raídos por el manoseo de interminables solitarios, que se suman empujando a los atardeceres para que pasen desapercibidos.

Cuando llegó a la cocina buscó sobre la mesada un poco de la yerba reseca. Se acercó a la hornalla con un jarro con agua. Encendió el fuego y dispuso la preparación del único mate cocido que bebería caliente. Mientras el agua llegaba al punto justo de temperatura detuvo su mirada en la ventana. Tras la mugre del algodón de la cortina percibió una sombra apoyada en el árbol de la vereda. Una sombra demasiado quieta. El agua hirvió y salpicó su mano. Ni siquiera gritó el dolor del líquido en su piel. Puso la yerba, revolvió la infusión de un verde cada vez más deslucido, y se sentó frente a la mesa como siempre.

Sin embargo, no se sintió como acostumbraba. El paisaje permanente que sostenía su quietud había sido modificado. Se acercó otra vez a la ventana. La sombra aún la miraba. ¿ La miraba? Sí, ella así lo sentía. Con los dedos flacos apresuró el borde de la cortina. La sombra cobró nitidez. El cuerpo del hombre le era extraño, pero no su mirada. Soltó la tela, sintió la sangre golpeándole las venas. Se apoyó en la mesada para no caer; la cabeza le daba vueltas y temió perder el conocimiento. Cuando se notó más firme, volvió a correr la cortina y pudo fijar sus ojos en los de él. La piedra lisa se quebró y las lágrimas la encontraron de nuevo.

Como un soplo de vida fue a la puerta, la abrió y el aire jugueteó con la batista.

En los brazos de la sombra cayó un papel de seda.