viernes, 25 de mayo de 2012

Señales


En la penumbra, una lágrima sostiene el atardecer y la sangre comprime el último gemido del temor. Resalta en el césped un ángel amarillo, coronado con el tejido de quien lo supo distinguir.
Camino en el gris adverso de la duda, y sólo por un instante, él se acerca y me mira con esos ojos que no entiendo, pero que cantan hundidos en las ramas de mis tardes, o besando la mañana que, curiosa, se refleja en los árboles que señalan mi ventana.
La cita es allí donde la sombra es verde y el agua clara. Los testigos andan con su certeza pincelada en tonos marrones, algunos naranjas. Entre las sombras, la rosa se destaca vestida de rojo, su hermana, de piel aterciopelada, le sonríe, cómplice de las que crecen  tan tersas como rosadas.
Ninguna de ellas me habla, ni percibo si beben del agua de mi tierra. Pero en sus pétalos, que se ofrecen múltiples y sedosos, con la ternura de una madre y la simplicidad de una semilla que supo ser, me abandono en quien me obsequia esta maravilla sin pedirlo.
Detrás del gris de la llovizna, la serenidad pronuncia mi nombre.

domingo, 13 de mayo de 2012

Naufragio

El frío es soportable, puedo dar patadas en el agua, es lo único que se me ocurre para mantenerme a flote. El horizonte está devorando al sol sin piedad y mis ojos, más humedos que lo habitual, no logran distinguir si las lejanas líneas oscuras son arenas blancas de una playa o la cinta que señala el luto de las aguas ante la muerte del día. El resto es una onda gigante que se desplaza interminable. La escasa madera del bote, que disimuló con honor sus heridas, estará ahora sacudiendo la impávida tierra del fondo, unos cuantos metros por debajo de mis pies. La extraño, como se lamenta la pérdida de cualquier sostén, aquello que nos evita la deriva.
La noche es rápida en venir, y sigilosa se alarga bajo las estrellas. Me abandono ante el majestuoso cielo que el sol se empeña en ocultar.
Muevo los brazos con la mínima lentitud que le permite a las aguas sostener mi espalda ingrávida. Los pies acompañan.
Me dejo llenar por lo que jamás había visto o sentido.
Las olas juegan con la inercia de mi cuerpo y lo llevan donde quieren. Confío.
En el puerto supongo hablan del naufragio de un bote, adivino linternas sumergidas, luces inútiles.
Náufrago...me asusta la palabra. El miedo toma forma y me desequilibra. Pierdo la confianza y comprendo. Sólo si me pienso náufrago, me ahogo.