martes, 19 de junio de 2012

La última discusión


La letra se repetía en forma ininterrumpida y con amplitud constante. Por más que quisiera desoír las palabras, no había escapatoria, si hasta las paredes se unían para retener el eco.
Todo surgió por un malentendido, como siempre…en realidad, cada una de las discusiones de las que hemos sido parte, siempre se originaron en el mismo conflicto: no haber comprendido con exactitud el mensaje ajeno, ya sea por no escucharlo, o por interpretar las palabras con otro significado. La lengua que hablamos rebasa de sinónimos, abundan los significantes con infinitas variedades. Será también por eso.
De todas formas, me está aburriendo el minuto que se prolonga como su queja casi perpetua.
Bien se que un gesto, ya sea una ceja que se arquea, un ojo que espía al techo o un desliz del labio pueden extender irremediablemente la sinfonía lastimera.
Ni los pies atino a mover. La quietud de mi cuerpo se asemeja a la calma que la naturaleza, sabia, atesora para enfrentar la tormenta. Hay que dejar caer el agua a través de los grafismos que dibuja la furia en el cielo, para abrirse nuevamente como un vientre que dé paso a la paz y calidez del fuego.
Estaba concentrada en estos pensamientos cuando escucho de repente un súbito silencio.
La mirada de esos ojos gélidos parecía exigir una respuesta. En la memoria no registro situación similar. Siempre fueron monólogos, verborragias unipersonales dirigidas al mismo par de oídos.
¿A que se debe ahora esta puerta abierta a palabras que carecerían totalmente de sentido?  Tal vez esté confundida. Quizá no espera una respuesta, puede que su silencio sea más una afirmación de su palabra que una pregunta al vacío. Porque ahí estoy yo, en su vacío.
Un vacío habitual, ahora, apenas incómodo, porque parece que lo abandonó hasta el mínimo suspiro que deja como rastro el aliento tras la palabra dicha.
Presto mayor atención a sus ojos, los veo de hielo y entonces comprendo. Su vida, embebida en la dureza del cristal, en un instante, se hizo añicos.
Ya no estoy en su vacío, se lo llevó sin mi permiso, como todo. El tiempo transcurre en silencio. Camino, sólo mi suela hace ruido. Enmudecieron las paredes. Miro, lloro.
Estoy vacía.

en el cielo...


Dime si  hay árboles
donde los pájaros cantan al despertar el día.
Dime si la brisa se siente en la cara,
y la ternura del sol te acaricia la mejilla.
Dime si  las nubes juegan,
si hay césped donde adormece el rocío ….
dime si se siente el frío, dime si hay flores, dime si perfuman.
Dime si  la fruta se muerde,
si la miel besa el pan caliente,
dime si el gato ronronea, si ladra el perro,
si el cariño viaja y ríe la alegría.
Dime si el agua corre libre,
o sueña en los lagos, los pantanos, la lluvia…
dime si es clara la luna…
Dime si hay cantos, si se escuchan los susurros,
dime si beben del buen vino, si hay manteles,
y sobre ellos migas,
Dime qué ves,
Dime qué recuerdas,
Dime,
Dime si me esperas…
¿O estás aquí, conmigo? 

miércoles, 6 de junio de 2012

La ofensa


Las murmuraciones se extendieron mucho más allá de los límites del barrio. Su nombre dejó de nombrarla. Nadie recuerda a la vecina que los sábados barría la vereda para luego cocinar en el comedor parroquial después de una semana de lavar ropas ajenas.
La memoria es ahora el lugar privilegiado donde se radicó la habladuría que la vistió con la vergüenza. La deshonra la asfixió como el nudo de la horca que la hubiera abrazado sino fuera por los siglos entre ellas, aunque el adulterio también se pagaba bajo el pesado manto de las piedras. Ahora, se clavan miradas, se escupen balbuceos y perpetúan abandonos.
Ante el barullo impiadoso de las marañas intrigantes y las calumnias, la verdad cae desmayada.
Ella siguió barriendo su vereda después de lavar mugres de otras telas. Supo llorar sin lágrimas como supo callar la humillación y la ofensa.
Las palabras corrieron con la precisión de un hecho consumado mientras la verdad llora en el alma solitaria de quien, sumisa y olvidada, cocina cada sábado para los que no hablan. Tienen hambre.