jueves, 27 de septiembre de 2012

De la vida real


Le dije a Miguel que estaba equivocado. Me miró con una expresión insípida, propia del desinterés, el aburrimiento, y el hartazgo. Quise insistir, el tema lo valía.
Hoy, estamos junto a la cama. El monitor, con su lenguaje rítmico nos asegura que aún respira. Los párpados entornados, apenas lívidos, los labios casi besando un tubo que se sumerge en la soledad más profunda, allí donde hubiera querido llegar para decirle sin palabras que lo amo, acariciar su alma, abrigar su espíritu y atarlo a la vida que se le escapa.
Levanto la mirada y lo veo. Los ojos se le desbordan de lágrimas y de silencio. El también recuerda aquella noche en la que no quiso discutir, cuando mi opinión era una mera repetición de trivialidades…no olvida que con su fastidio calló mi advertencia y que su cansancio fue cómplice del silencio. Dejó que se fuera, que se ahogara en el desenfreno. Ambos lo sabemos. Pero no tienen sentido las preguntas, cuando la respuesta yace luchando por su vida.
Esa noche, mi hijo fue atropellado por el alcohol y la furia.
Esa noche, Miguel se fue a dormir balbuciendo hastío tras mi advertencia.
Esta noche,  somos otros…

Personaje


Sonríe al verse en el bar rodeado de amigos, disfrutando de una bebida accesible sólo para un grupo acotado de consumidores exquisitos.
Sus ojos brillan cuando se mira conduciendo el auto con detalles impecables, recorriendo paisajes exóticos, acompañado de la mujer que le quita el aliento.
Sostiene la respiración al anticipar el vuelo en parapente sobre las aguas azules de un mar exuberante.
Es protagonista de una vida que envidia y que construye consumiendo imágenes que guarda en una memoria sin recuerdos.
Los colores de la pantalla se reflejan disimulando la palidez de su rostro. Solo así logra ocupar sus sueños cuando la noche lo ahoga en el silencio.

martes, 4 de septiembre de 2012

Relato de una fantasía


De la mesa de la taberna me fui para el camino. La tierra roja, seca como el vientre donde mi hambre habita, se alarga más allá de lo que mis ojos perciben.
El sol no se ve, pero se adivina en el cielo límpido, el color vivaz de los ladrillos y mi sed.
Busco nuevamente la sombra bajo el techo que nadie conoce. Me arrimo a las ventanas cerradas, sin que haya posibilidad de abrirlas, como la puerta, hábilmente escondida tras los trazos firmes de una pared desnuda.
Espío por entre las persianas. Veo las tazas blancas en las que sirven té caliente con torta tibia. Parece que allí hace frío. Hablan, no escucho. Ellos saben donde estoy si supieran que existo, no se si pueden ver o adivinar siquiera mi sombra, aunque soy tan real como las letras que escriben.
La tarde les roba la luz que necesitan. Encienden la lámpara que cuelga metros más allá. Vuelvo la cabeza a mi pago. Aquí el cielo celeste y la claridad no se intiman, los retiene la certeza que anida en este paraje inmóvil, tan cálido, tan frío.
Hartos mis ojos de este día interminable, los labios áridos como la tierra que sólo yo piso, mañana, cuando se acerquen a quitar el polvo, me cuelgo del plumero y me bajo del cuadro.