lunes, 23 de diciembre de 2013

Nochebuena 2013

23 de diciembre...
Como tantos, vengo de la calle...

Las calles están repletas de luces, adornos, guirnaldas, creando a cada paso un clima de fiesta y alegría…y no es para menos…mañana, cuando el sol se ponga y con la primer estrella, las familias, los amigos, se empezarán a congregar para celebrar la más buena de las noches…la noche de Dios entre nosotros…

Las redes se abrazan en sinfin de saludos, despedidas y buenos deseos... 


Te deseo que por un instante apagues las luces de tu árbol, y las velas que adornan el pesebre…


que entres en esa oscuridad que sólo te pertenece, allí, en lo más profundo de tu silencio, en lo más cierto de tu certeza y en lo más frágil de tu debilidad, en ese abismo que a veces tememos y en esa grandeza que nos hace únicos…

Que allí descubras la más pequeña de todas las luces, la que apenas se vislumbra…y crezca, se expanda borrando toda sombra y te habite plenamente…

La navidad nace allí,

en vos…

Por una navidad llena de tu luz!



martes, 29 de octubre de 2013

El patio de la casa

Las glicinas desaparecían perfumando el aire
y la nostalgia de la casa de los abuelos.
Si ella estuviera con su vestido claro y su delantal oscuro,
cada uno de nosotros se llevaría entre las manos un ramo fresco
para retener el recuerdo del domingo compartido.
Si sus dedos se enredaran como siempre en la tierra,
dibujando surcos según el capricho de la artrosis,
y sus labios hablaran los secretos que solo ella y las flores escribían,
el patio no se hubiera muerto en el fondo de la casa
y en la trastienda de nuestra memoria.
Si ella extendiera el mantel a cuadros sobre la mesa bajo la parra,
las voces no hubieran sido sepultadas en el fondo de nuestro silencio.
El sol ya no viene a reflejarse en sus ojos
cuando la tarde recoge migas para las calandrias.
El patio se oscureció en el fondo de la casa.
El patio del fondo se me vino al alma.







martes, 22 de octubre de 2013

poema 2

El llanto rompe con estridencia el descanso nocturno.
La inocencia de la mañana se estremece con el grito
y los gemidos interrumpen el devenir de horas vacías.
El hambre nunca es silencio…
se la calla. 



poema 1

La tarde se adormece bajo el sol
despidiéndose en la ventana.
Las flores se mecen y el limonero perfuma la brisa.
Silencioso el césped se abandona
y desde el aguaribay,
la primavera grita a viva voz en el pecho de un zorzal.
Su canto permanece entre las sombras diluidas.
En tanto,
un alma llora, el niño duerme
y Dios, amasa un nuevo día.



miércoles, 9 de octubre de 2013

la voluntad y el destino

Falta una hora. El espacio permanece vacío. La hora se adelanta como el trazo ligero de sus plumas. Los veo detenerse, mirar hacia el techo y continuar. Mi cabeza sigue tan vacía como el espacio. Solo se llena de presente, del ahora, ni siquiera de lo que fue o de lo que podrá ser. Entonces me pregunto si hay ideas corriendo bajo sus melenas prolijas y onduladas. Qué relatos escudriñan detrás de sus lentes gruesos de armazones oxidados. Ahora permanecen con los ojos clavados, semiocultos bajo sus párpados somnolientos, o aburridos. Miran y tocan el espacio, lo giran, lo transitan, y yo, vacía. Ellos son los señores de la tinta, los que aparecen en fotografías, los que escriben su nombre en los espacios llenos de halagos y colores. Mi espacio es negro, o ¡sigue vacío? No hay voluntad que desvíe la de mi destino. 



Amor en letras

Otra vez se hizo de noche. La luz se detuvo señalando el teclado de la computadora. Los dedos apoyados entre la “a” y la “ñ” continúan inmóviles. La protagonista sigue esperando. ¿Debía correr hacia la izquierda?   ¿Permanecería estática y temerosa? ¿La salvaría un transeúnte ocasional?  Desde el mediodía que está con la cabeza mirando hacia atrás, cuando el autor decidió que ella percibiera a sus perseguidores. Ya le duele el cuello, y el sol que no avanza en este párrafo inconcluso le hace sudar la nuca. Con el rabillo del ojo espía hacia afuera. Ve la mano del escritor quieta. Le grita, pero las letras no le hacen caso y así como estaban, quedan.
 – Despabilate! protesta otra vez con voz inaudible para todo aquel que está fuera de escena. Nada cambia, ni la luz de la lámpara, ni el silencio, ni la inmovilidad de los dedos. Entonces, toma la decisión, arrancándose una a una las letras, borrando de su piel cada trazo, partida de dolor y aferrada a una convicción atraviesa la pantalla.
-          ¿Qué hiciste? - exclama el escritor frente a la silueta que lo encara.
Ella lo mira un poco sorprendida. Se lo había imaginado tan distinto. No tiene el pelo cano como suponía, y la mirada tan verde la cautiva. No es joven, parece tener la edad en que los surcos se esbozan y nos invitan a ser recorridos. Ella le toca el cabello oscuro y la suavidad ondula entre sus dedos.
-          ¿Que haces? – él murmulla sin retirar la cabeza.
No sabe cómo responderle. Apenas le dice: “Estaba esperándote”.
El entonces recuerda que le dolía imaginar que la atacaran, o la lastimaran, o que aquel que podía llegar a salvarla, a quien todos creían un hombre honesto y gentil, bien sabía él que era un asesino. Los demás, los de adentro y los de afuera de las páginas, lo sabrían unas líneas antes del epílogo.
Pero cómo explicarle a ella, tan frágil, tan tierna, tan sí misma.
-          Te estaba esperando mientras me perseguían. Estaba cansada. – le explicó ella, y tan ligera como un suspiro se acomodó en el regazo de él. Ambos quedaron con el rostro iluminado por la luz fría de la pantalla.
-          No quería verte sufrir. No soportaba la idea de que te lastimaran – comenzó a justificarse.
-          Entonces hubieras evitado la persecución y el arrebato –interrumpió ella con cierto tono de evidente conclusión.
-          No podría vivir – susurró él con la barbilla sumergida en la oscuridad del cuello.
-          ¿Qué decís? -
-           Si no hay violencia,- prosiguió con tristeza -  la novela no se vende, si no se toca cierto grado de atrocidad, los editores no encuentran negocio, y yo, necesito vivir.
Con los ojos tan finos como un papel de seda, ella vio bajar sin detenerse dos lágrimas de impotencia.
-          Te quiero tanto – susurró él sin detener el llanto.
Ella se incorporó. Con las manos le secó las mejillas. Y no dudó. Atravesó desgarrada otra vez la pantalla. La tinta punzaba cada uno de sus poros y los hacía herida.
Ella volvió a mirar a sus perseguidores. Supuso los dedos inmóviles. Dio media vuelta y dejó que la atacaran con violencia, para que él viviera.



Computadora

La sala estaba casi vacía. En tiempos cercanos a las fiestas de fin de año, se promovían las altas y sólo quedaban internados los desahuciados. Elisa, con sus huesos amoldados al colchón y su cabeza rala, sostenía entre sus dedos una foto ajada. Bastaba esa imagen para que la comisura de sus labios se marcara entre las arrugas delineadas por el dolor y el sufrimiento. Su San Giovanni, sus calles, sus árboles, su tierra, sus olores…la infancia y su madre, los hermanos. Esa foto parda, recorrida por las venas blancas del tiempo y las caricias, la llevaba en andas hasta los recuerdos más vívidos, si bien la memoria desdibujaba los contornos de muchos rostros.
Elisa sabía de su tiempo, sabía de su fuerza, y sabía de su deseo agonizante. Sus pies no volverían a pisar aquella tierra de color tan especial, ni su cielo cubriría su cabeza.
La hora se anunció con las campanas de la iglesia ubicada a pocos metros de la sala. Elisa cerró sus ojos. Comenzó a dibujar entre las sombras, hasta que una mano se apoyó entre las suyas. Abrió los ojos y se encontró con la mirada de la enfermera que le sonreía entre los ojos oscuros. Sin decir palabra, la reclinó y acomodó la espalda sobre la almohada, apoyó el aparato en su regazo. Elisa viajó. San Giovanni se mostró sin secretos, la alzó por sobre sus caminos y le acarició las manos con el color de su tierra. Elisa sonrió y se fundió en el cielo.





lunes, 30 de septiembre de 2013

Con el corazón en la boca

Las palabras golpearon duramente contra las paredes y su sentimiento. Ahogado, sin articular respuesta, el cariño atinó a salvarse navegando entre lágrimas aferradas al silencio, como siempre.
Los sonidos que alguna vez la ternura de una maestra enlazó para que él la llamara, ahora se crispan y estallan como cristales que la lastiman.
En su corazón de madre, transparente, se ven reflejados los agravios. Perdona, mira, ruega. Sabe que la boca que habla está llena de veneno, de alcaloides secretos prometiendo fantasías, cosechando quimeras, avatares que la socavan, pero que no han de destruirla. Porque en esa misma boca batallará con su cariño, con el alma, con la vida, hasta dejarla limpia.



La huida

Comenzó caminando rápido, más rápido que lo habitual. La gente en la calle le dejaba paso, tal vez creían que andaba apurado sabe Dios por qué justo motivo.
Luego, cuando calculó una distancia prudencial, aminoró la marcha restableciendo el ritmo del aire que entraba en sus pulmones casi a bocanadas. Se ajustó la campera y percibió con sus dedos largos el bulto en el bolsillo izquierdo. Sintió cierto placer que se le enredó con un tanto de miedo. Giró la cabeza bruscamente. Luego se arrepintió pues un hombre prestó atención a su movimiento repentino. Pero con rapidez y un aire distraído alzó el cuello como si buscara algo, dio media vuelta y continuó andando. El hombre frunció el ceño y sin prisa, persiguió sus pasos.
Dándose cuenta, tocó el bolsillo izquierdo y se sintió sospechado, lo que lo llevó a andar más ligero mientras sus manos se humedecían de nervios y su nuca tensaba el miedo.
No volvería a cometer el mismo error. No espiaría a sus espaldas. Decidió avanzar. Nada lo detuvo hasta que el mismo sol se aburrió de iluminarlo. La sed y el cansancio esperaban pacientes a que tuviera conciencia y los atendiera de una vez. Pero la sombra lo seguía. ¿La suya? ¿La otra? Se aseguró de no volver a correr el riesgo, no miraría atrás aunque la duda persistiera. Y así lo encontró el olvido, huyendo de la sombra.





La sombra

A medida que la noche se asentaba, la hendija de la puerta comenzaba a brillar reflejando la luz del umbral. Una vez que terminé de lavar los platos y me serví un té caliente, me senté a la mesa con las páginas para ordenar. Mañana temprano pasaría el editor a recoger el manuscrito.
Coloqué el farol antiguo sobre la mesa. La luz tenue y cálida creaba en la habitación la intimidad y la concentración que necesitaba. Las paredes se escondieron tras las sombras que dibujaban los rayos detenidos por las formas cotidianas.
Comencé a separar los capítulos. Algo me llamó la atención y dirigí la mirada hacia la puerta. No fue un sonido, aunque permanecí alerta en silencio. Nada ocurrió. Continué.
Pasaba las páginas recordando los momentos inspiradores, las horas de corrección, la alegría y el cansancio. Otra vez. Advertida la percepción, ahora distinguí con claridad una sombra interrumpiendo el haz de luz en el vano de la puerta. Supuse la presencia de alguien. Esperé que sonara el timbre. Silencio. El reflejo se acomodó de nuevo.
Comencé a apilar en orden las hojas cuando vi otra vez la sombra. Ahora permanente, deja apenas unos trazos de reflejo intermitentes. Quedé inmóvil. No me animé a preguntar. El silencio reinaba tanto afuera como adentro. Me reconocí con miedo. Era tarde. Decidí llamar a mis vecinos, o a la comisaría. Con cautela me levanté para buscar el teléfono. Las sombras en la pared se movieron. Me confundí. Trastabillé con la mesa, cayó el farol con estruendo. Aplastada mi cara en el suelo escucho el aullido desgarrador de un gato que se aleja.



El juego

Tuvo que hacerlo. Hizo lo posible para evitarlo, de la misma forma que quiso corregirse.
Le recordaba las fiestas en las que hacían resplandecer el comedor y el salón de su casa. Aún olía el vinagre con que manos toscas los enjuagaba dejándolos impecables y brillosos, luciendo la escena en la campiña pintada a mano.
Se veía pequeña frente al aparador de nogal que como una nodriza robusta los protegía y a su madre  con una sonrisa acomodarlos en los estantes forrados con un paño delicado.
Cómo olvidar la última mirada con la que le dijo que lo cuidara, que era todo suyo y que lo siguiera disfrutando como ella lo había hecho.
Disimuló el nudo en su garganta frente al mostrador de la casa de empeño.
El antiguo juego de vajilla la despidió hermanando su brillo con el cristal de su amargura. Cobró.
Esa noche tenía la esperanza de recuperarlo. Apostó de nuevo. Perdió el juego.

Huir de mí

Nadie puede. Nunca se pudo. No puedo salir de mí. Y aún si logro cambiar algo, no dejo de ser yo. Quise cortar mis manos, mis pies, olvidar mis piernas y hasta desenroscar mi cabeza…mudar de piel, y andar otro suelo donde marcar huella. Intenté todo, aún lo impensado, incluyendo disparates que algún novelista insano pudiera haber imaginado en el más fantástico de sus relatos. Y aquí estoy, sin cambios, soy yo, y nunca dejaré de serlo.
Ni aun la muerte me borra. Porque he muerto, no una, sino cientos de veces, con más o menos deudos que me lloren, una y otra vez, y sigo así, yo, con este ser que no huye a pesar de mis intentos. Cómo deshacerme de mí si esta mísera palabra me pertenece, me nombra, me dice, me atrapa y me encierra. Sólo a mí.

martes, 3 de septiembre de 2013

De un punto de luz en la oscuridad

Lo vieron al mismo tiempo. La presión en sus manos entrelazadas fue signo suficiente. Así como el silencio en sus labios sueltos por el impacto de la sorpresa.
¿Es ésta la muerte? ¿En esta inmensa oscuridad transita lo eterno? ¿No habían aprendido que Dios es Luz? Quizá no los habían engañado y ese destello brillante y mínimo era el Dios aprendido. Nunca imaginaron que podría ser tan pequeño y menos que duraría tan poco.
Porque están absolutamente seguros que en esta profunda negrura sin límites ni espacios, ni suelos ni cielos, vieron los dos un punto de luz.
Están convencidos que aún sin detectar dirección alguna, y girando sus cabezas algo marchitas, una y otra vez, recorriendo ángulos agudos y obtusos,  llanos y completos, por ninguna parte si es que aquí hay parte alguna, lo vieron de nuevo.
Decidieron no soltarse, por si así permanecieran para siempre, que fuera con la piel de uno entibiando la del otro. Y si los ojos quedaran ciegos de aburrimiento, percibirse juntos, aún callados y temblando.
Porque así vivieron, así viajaron, así están aquí, y así quieren seguir, juntos.
Y si ese punto de luz que se les escapó prefiere no volver, saberse ellos así de unidos, en esta ausencia de espacio, en  este vacío.
Fue entonces cuando una noche virgen dio a luz en la oscuridad.
Fue entonces cuando el niño lloró a sus padres frente a una nueva estrella.

domingo, 1 de septiembre de 2013

El druida

El viento detiene el paso de la mula. Los pies terrosos y helados marcan la huella lenta en el sendero solitario. Va con la carga de frutos que dará por pan o leche. Yrian había partido con tiempo para llegar a la feria. Hace tres días camina, van dos noches de luna, y en otras horas de sol espera ver polvo a lo lejos que le señale el destino.
La tormenta le cobró horas, como un recaudador presto para cosechar miserias. Pero fue un sol tardío, corriendo tras la muralla de piedra, el que lo vio llegar sin recibirlo.
Las antorchas y los fuegos se hicieron lugar entre el bullicio. Algunas alforjas con telas, panes y frutas se acomodaban alrededor junto a los odres de buen vino. Desde algún rincón una flauta arrancó del aire una melodía mientras los animales de ojos tristes parecían dormirse.
En los rostros cansados y agrietados intentaba asomarse una sonrisa, tan esquiva en la vida de los campesinos.
Pero por esta noche, la libertad se sugería. Quedaría prendada de un breve intercambio casi furtivo apenas iniciada la madrugada, y antes del sol del mediodía debía quedar vacía la tierra apisonada. Algunos pocos, podrían emprender el regreso con algo más que frutas, pan y leche, otros, en cambio, pagarán un tributo, y llegarán a sus tiendas con un tanto de avena como para una o dos gachas que saciarán el hambre por un día.
Así emprendió Yrian el regreso. Con medio saco de avena colgando del lomo de su mula.
Otra noche helada bajo las estrellas como guías. Pasa un día y aún está lejos el caldero vacío. La tierra se adhiere a los pies y a las patas. Desde el polvo arremete la mordida. Trastabilla la mula, y él ataja entre sus brazos la carga.
Cae el animal, dolientes sus ojos y ponzoñosa la herida.
Yrian lo ve, lo supone, lo acepta.
Apoya sobre sus hombros la bolsa, y sigue el camino. Los pies desnudos se acostumbran. Avanza por el sendero que sin querer se ha hecho más largo, más duro. Llegada la hora donde las sombras son largas, ve a un anciano sentado a la vera. Su mula, liviana y flaca se alimenta de la poca brizna que crece cerca de la orilla.
Cuando pasa delante, el anciano levanta su cabeza y lo escudriña. Yrian reconoce el misterio en la mirada. Siente miedo. Se detiene perturbado por los ojos extraños. El anciano inclina su cabeza señalando su mula, ofreciéndosela sin que medie una palabra. Con la espalda curvada y sudorosa, el campesino mira al animal flaco, y luego al anciano, con sus huesos asomando bajo la tela. Quien de ellos necesita más del otro, se dijo en silencio, así fue que, aún sabiéndose débil, agradeció el gesto y los dejó atrás.
Unos metros más adelante, cayendo de bruces bajo la carga, dudó un instante y dirigió su mirada atrás para pedir ayuda al viejo.
El camino estaba completamente vacío. Sólo estaban marcadas sus huellas, y no se veían nubes de polvo que señalaran por donde andaban el anciano y su mula.
Conmovido se levanta y apresura el paso. Ve caer por un orificio del saco granos de preciada avena. Cubre con su mano la herida de tela, y sigue andando. Se le van las fuerzas, el plato vacío, la noche vuelve, el frío, el miedo, tiembla, y nuevamente cae, cae sobre la avena. La tierra lo abraza.
El viento llega con fuerza, lo despierta. La noche ya no es tan negra. Le duele el cuerpo, y entre las ráfagas advierte un rebuzno. La mula lleva colgando de un lado un saco entero de avena, y del otro, leche, miel y frutos secos.
La silueta del viejo se recorta en el crepúsculo, cuando las sombras apenas se dibujan, desde el fondo de la capucha todos los ojos se encuentran. Y en ese mismo instante, el crepúsculo se lo lleva.
Llega Yrian a la tienda. Esta noche en su casa habrá fiesta. 

sábado, 24 de agosto de 2013

La presencia

Había sido un día entrañable, frío, diáfano, el jardín sereno, los pájaros yendo y viniendo de la rama al césped, besando rasantes el espejo de agua. La serenidad se hizo parte de mí. Cuando el crepúsculo se llevó la luz, entré y dejé la ruana recostada sobre el sillón. Encendí el farol de noche y puse las manos a trabajar para preparar la cena. Lo ví pasar entre la heladera y la puerta. Giré con rapidez la cabeza pero ya no estaba. Cortaba verduras en trozos pequeños cuando nuevamente se deslizó pasando a mi lado y deshaciéndose en la escalera.
La tercera vez, estaba parada frente a la cocina revolviendo el contenido de la olla y apenas percibí su paso atravesando la mesada.
En ese mismo momento, apoyé la cuchara de madera y analicé una a una las sombras. Se agitaban, sí, de pared en pared, de plano en plano, pero no se trataba de ellas.
Estaba tan tranquila que tuve la certeza de que no era una mala jugada de los nervios. Entonces, ante la evidencia del misterio pregunté: - ¿Quién sos?
Esperé unos minutos. - ¿Quién sos? – repetí -  Te vi pasar. – insistí.
Corrió por detrás del vidrio de la puerta– Ahí estás. ¿Quién sos? - Alcé la pregunta por encima de su silencio.
Quien sos? – fue la pregunta que jamás obtuvo respuesta. Si tenía voz, se la calló el silencio, pero su presencia fue suficiente. Suficiente para no dudar, suficiente para no entender. Apenas lo necesario para sabernos uno y otro iniciando una convivencia propia de relatos de fantasía o novelas de ficción.
No se porqué me eligió, tampoco intuyo qué le aporto o para qué le sirvo. Pero no se va. Y a mí, me llena la soledad.


martes, 13 de agosto de 2013

la ausente

La tormenta habló de truenos
     y el silencio de la ausencia.
Quedó tan blanca la página
     como vacía la mente,
y la pluma, quieta.

Esclava del deseo

Lloró sobre la tumba abandonada, cobijo de hojarasca que el otoño acumula en sus brazos. Derramó su deseo consumido por el abandono. Mientras él vivió, un simple y fugaz cruce alimentaba una noche de desvelo, imágenes de un día soñado, con sus encajes y aromas, su perfume a lavanda, y una piel supuesta suave añorando la calidez de su mano esquiva.
Mientras vivió no hubo llanto, solo un trozo de pañuelo estrujado por el alma del amante que busca ser amado.
Mientras vivió, ella no supo de ternuras abrigando la desnudez de su entrega, devorada por la esperanza que se excusa.
Corrió las hojas secas, y sobre el viejo y pulido mármol dibujó una a una las noches y los días en que lo amó, una a una se fueron delineando en su rostro, marcando la desesperanza y el arrebato de una vida consumida por el deseo, la adoración a un hombre que yace bajo el frío otoño. Se arremolinaron las hojas y el viento las llevó a otra tumba. 

de aquí y de allá

Supe que las hadas existen desde el día en que murió mi madre y creí que no volvería a verla,
Supe que los duendes existen desde el día que aprendí a tener amigos,
Supe que la magia existe desde el día que decidí ser feliz.

viernes, 2 de agosto de 2013

...

¿Puede el monte abrigar la desnudez del desamparo?
¿O la tristeza escapar con la rapidez de una fuga?
el cautivo añora la distancia
de un pasillo interminable…

...

En la sala del Ministerio de justicia, el juez escuchaba las palabras del defensor. El pobre acusado tenía la cabeza baja. Desgraciado como tantos había robado un par de chucherías y un paquete de alfajores en un quiosco de poca monta. Corrió lo que pudo pero el andén se le escapó y a pesar de que el encargado era de piernas veteranas,  lo alcanzó. Y aquí está. Esperando lo obvio habida cuenta del hecho y de la desidia del abogado inexperto que se le había asignado, por ser, bajo evidencia contundente, persona de escasos recursos.
Ya estaba el juez también a punto de inclinar su cabeza bajo la pesadez e inoperancia del alegato, cuando el sonido de un puño sobre la madera le hace pegar un respingo. Haciéndose eco de su magistratura, mantiene la sensatez y con ojos diestros busca el brazo que empuñó la ira.
La reacción del acusado suscitó estupor y palidez en su defensor, quien de repente, quedó sin palabras, de pie, con los brazos colgando como muestra inequívoca de su sorpresa.
El juez, agradecido, ágil y preciso, aprovechó el momento y en el acto, declaró inocente al desgraciado.

Destino indiferente

Camina lentamente bajo los paraísos que bordean la calle, ancha y majestuosa, sumida en un silencio de promesas.
Recuerda las horas corriendo entre estos mismos árboles, en aquel tiempo delgados de juventud. Su madre, que lo espiaba tras los troncos, alentaba sus sueños y anticipaba repisas donde acomodar trofeos.
Recordó la escuela primaria con sus aulas pintadas de ilusión y sus recreos con sabor a desafío, la primer copita de un dorado dudoso, con el número uno grabado en el vientre apoyado sobre un pedestal de plástico negro. No pudo evitar la sonrisa y revivir la alegría de su madre, el aplauso de su padre, los abrazos de sus compañeros, y la certeza de un futuro conquistando pistas y carreras, hasta verse alzar la antorcha de la olimpíada que en un mañana lo esperara. 
Su primer trofeo aún descansa en la repisa de la biblioteca, con una herida en el pedestal. Se detuvo. No tiene idea de cuando el plástico cedió bajo alguna presión o caída. No vale la pena saberlo. La memoria le trajo aquellos días de feroz entrenamiento, de felicidad transpirada hasta las lágrimas, los premios de un dorado sincero, de un metal más estable que fueron acomodándose en tantas estanterías.
Los árboles de la calle se mecen acompañando el recuerdo de los aplausos recibidos. Dio un paso más en la vereda. El taco resonó. Miró hacia abajo. Un par de torcazas graznaron y la verdad lo partió en lágrimas. Revivió el accidente, sus piernas crujiendo bajo la presión de los neumáticos, quebradas sobre el asfalto, perdiendo la sangre de la misma forma en que se escurrían la esperanza y los sueños. Dio de beber su tristeza a la misma tierra que sorbió su anhelo y su confianza.
Deseó con la misma fuerza y convicción con que luchó. Miró hacia lo alto. Tal vez buscando una respuesta que nada cambiaría. Las ramas le develaron su secreto: que vieron pasar al destino cuando él practicaba siendo un niño. Observaron que ni se molestó en prestarle atención, tal vez hasta olvidó su nombre. 

viernes, 12 de julio de 2013

ideas de otro mundo...

Perdida en el universo de las incertidumbres encuentro la severidad de la angustia.



El cosmos es el sueño de un loco imaginario.



Esta mañana, apabullados por la luna inmensa y blanca, los astros se descuidaron.



La galaxia contiene mi nimiedad, que la completa.



El desorden espacial nutre y consume la existencia.


Promesa

La densa oscuridad del bosque
esconde a la maraña que hiere,
a las espinas que rozan
el coraje del caminante
y rasgan la piel del peregrino.

Son los pasos decisivos
el esbozo de un sendero,
la huella inadvertida que traza
la certeza de la luz.

Impulso

Colgó el auricular del teléfono. Estaba tan sorprendido que no cabía en la cordura. A pesar de que el tiempo y las circunstancias jamás le escondieron señas ni le ocultaron indicios, el desconcierto de lo irrevocable lo abrumó a punto tal que de un tirón volteó de la mesa los portarretratos. Los vidrios se desparramaron por el piso como sus lágrimas en las mejillas alteradas por la furia.  El dolor punzante de la esperanza traicionada lo vence y cae de rodillas. El cuerpo tiembla. La sangre se detiene y se acumula. Golpea. La siente en sus venas, lo ataca, pero no lo paraliza. Se levanta. Ahora la mirada es distinta, está seca. Los labios tensos, y la mano crispada busca el arma y la empuña con certeza, la que nunca sacó del cajón de la mesa de luz, la que compró porque ella le insistió, la que nunca estuvo de acuerdo en comprar. Ahora sí. Ella lo quiso, ella enfermó, ella luchó con fuerza, ella tenía esperanza. Ella está muerta, y él, decidió irse con ella.

El llano

Le decían  el Llano, no en alusión al legendario Llanero solitario, sino porque se lo consideraba tan liso como una extensa planicie.; y no por su belleza o similitud con horizontes misteriosos y cautivantes, sino todo lo contrario. El Llano era de esas personas que están, sin prisa, sin calma, sin altibajos, sin risas, sin pasión, así, un sin fin de nadas. Y habrá sido por eso, que a pesar de tanto nada era bien conocido en el pueblo, o tal vez, porque el pueblo era tan llano como él.
Nadie sabe decir de qué vivía, pero todos sabemos que vivió. Sí, vivió. Porque ahora está muerto. Lo encontró el panadero la madrugada de tanto frío mientras iba camino al negocio. Así estaba como siempre, sentado en el banco a la puerta de su casa, frío como el invierno, tieso como el hierro donde se apoyaba, mudo como el silencio….así, como siempre, pero esta vez, muerto como la muerte.
¿Y porqué se me ha ocurrido contar sobre este hombre? Bueno para nada pero para nada malo. Porque me ha tenido pensando desde aquel entierro tan poco común, sin murmullos ni lamentos, sin lloronas ni deudos, sin amigos, con el cajón como único testigo.
Miren que este hombre, de quien sólo algunos recuerdan por cortesía el nombre, nos ha dado motivo para hablar, porque de él se tratan las risas y las bromas que se escuchan entre los vasos de ginebra o en las calles. Si hasta los más pequeños ríen ante el apodo de “el Llano”. Un fantasma susurra lo absurdo de la burla. Porque el Llano no se fue. Quedó enlazado en la sombra de nuestra mediocridad.   

domingo, 7 de julio de 2013

en tiempo

Si estás triste y no me ves,
sonreiré para vos en los días
tibios y besaré tus labios con el sol
de las tardes frías.
Si me nombras,
vendré en el viento a abrazarte
y aún en las noches sin luna
brillaré en toda estrella
que mires,
bailaré en la llama del fogón,
y seré el perfume de la leña ardiendo.
Y si tiemblas en silencio,
tomaré la voz del zorzal y cantaré cerca a tu ventana,
en el benteveo vendré a verte,
dejame una miga
y alza tu mirada.
Porque no me fui.
Sigo estando en todo aquello que amo.
Encontrame en el sol que atardece,
en la noche estrellada y en la luna,
bajo el árbol centenario, en la rosa perfumada,
en el canto del zorzal, de la calandria y el benteveo,
en el resplandor del fuego.

donde siempre elegí estar…
te amo…
no te detengas…
Anda el camino que has de caminar…
Sigue andando…


martes, 11 de junio de 2013

ciencia..¿y ficción?

La pobreza es palabra del olvido, que sólo queda impresa en diccionarios actuales con el fin de ayudarnos a comprender tiempos idos, aquellas épocas en las cuales era una palabra corriente, de uso común y de significado extremadamente abarcativo. Sinónimo de carecer, ilustraba la condición de la mayoría de los seres humanos. El fenómeno de su desaparición se inició hace más de cuatro décadas cuando un salto energético sacudió inesperadamente los parámetros que sostenían aquellas civilizaciones. La descarga modificó variables de naturaleza tanto biológica, como inerte y espiritual. Una legión de científicos especializados en temas de índole diversa definieron el suceso como una re- creación.
Se especuló acerca de las causas que llevaron a la manifestación de este cambio. Demasiadas opiniones, múltiples y diferentes, producto de análisis estrictos como de imaginaciones alteradas, no pudieron dar con hipótesis viables.
Aun hoy es tema de discusión el inicio y los motivos de este cambio. Sin embargo, otro grupo de estudiosos, a través de observaciones y proyecciones, intenta determinar si esta realidad será definitiva o devendrá un nuevo fenómeno antagónico, que pueda ocasionar la devastación irreversible de la humanidad.
Los más audaces temen que así sea, pues sospechan que el impulso energético pudo haber sido ocasionado por una alta concentración de vibraciones propias de la esencia humana, generando una onda detonante de esta nueva creación; y por lo tanto, el espíritu humano podría concebir nuevamente una densidad alta de vibraciones en sentido opuesto. Y así, producir la extinción de toda forma.

Muchos creen que esta sospecha es prematura, y  anidan la esperanza de que se demuestre lo contrario, aunque en la soledad de sus certezas, conociendo y dando fe del libre albedrío, el futuro de un fin sigue siendo la verdad de todas las dudas. 

jueves, 16 de mayo de 2013

Cerrojos


Subí los escalones descalza y temblando. La puerta cancel puso fin a mi carrera. La mirada insidiosa y el gesto violento quedaron detrás del hierro patinado. Y mi vientre virgen, sudorosa mi piel apaciguando las lágrimas.
Desde aquella tarde, que recuerdo abrigada por un sol tibio y brillante, cayó un velo que rasgó toda luz, pues ya no hay mañanas que atraviesen mi ventana. Aburridas las tardes se alejaron para siempre. La enredadera se hizo dueña de pestillos y picaportes. Vestida de verde intriga a los vecinos, en tanto sus venas tejen mi silencio. Ella creció, y yo me acomodé. Como el miedo.

Cuando cedí...


Se tendió ante mí y bajó su cabeza. Le dije: No soy santa y menos vírgen como para que te reclines. Besó mis manos como sólo él sabe hacerlo y en sus ojos se instaló la súplica.
Estaba decidida a no ceder. Hace tiempo aprendí a darme el lugar que desde siempre habría de ocupar. Y él, no iba a invadirlo.
Lo conocí en una noche extremadamente solitaria. Desde que atravesó la puerta y compartimos a la luz de una vela el único pedazo de pan sobreviviente de la caridad, no nos separamos. Pero siempre manteniendo una distancia, típica de mi orgullo, propia de su humildad. Llevamos ya algún tiempo aprendiendo a interpretar nuestros lenguajes, en algún punto tan diferentes, y a poner palabras a nuestros silencios. Y si bien comemos juntos y nos acompañamos, él duerme sobre una colcha vieja y yo, sobre el camastro que recogí hace años en un baldío.
Esta noche, el invierno enfría la baldosa y humedece la sábana.
Me recuesto. El mira. Tiembla y se estremece. Soplo la vela, la de siempre, y la oscuridad borra su mirada, aunque no puedo dejar de percibir su ruego. Mis manos también tiemblan de frío. Acerca su aliento tibio. Le acaricié la cabeza y aparté la sábana.
Feliz se acomodó a lo largo, movió la cola y me lamió la cara.

De un viaje...


De repente fui tan mínima. Toqué mis manos y las sentí como siempre. Mi barrio no se distinguía, la ciudad era un dibujo, luego un croquis, tal vez se hizo punto y desapareció. ¿Podía estar allá en la nada la perra ladrando a los insectos? Qué ridículos se vieron los metros, y cuan minúscula era la tierra de mis sueños. ¿Tan pequeña es mi ilusión, tan poco abarca la vida?
Y en los brazos de lo nimio atravesé una línea. Todo es blanco. Todo es cielo. El sol no encuentra refugio. Me tienta la suavidad de las curvas. Si parece que la recta ha fallecido. La luz corre libre, nos abarca, nos dice sin disimulo. Observo por el rabillo hacia mi derecha. El hombre duerme. Giro la cabeza y en la izquierda me sumerjo. Percibo paz. ¡Será éste el paraíso?

Demasiada noche


Hace más de hora y media que está hablando de sus logros,  de los de su marido, de los de sus hijos, y doy gracias que no ha parido demasiado.
Claro que no parece ser una persona orgullosa o que cree que su familia es la personificación de la genialidad, no. Porque tras cada conquista narrada enumera con exacerbado detalle cada una de las complicaciones, obstáculos y dificultades que tuvieron que ser heroicamente superadas. El marido sostiene una sonrisa entre estática y plástica. Totalmente indefinido. El bebe café, como mi esposo, que escucha con cordialidad a la mujer de su nuevo compañero de trabajo.
Mientras bebo el té y percibo el aroma de la calma, pienso en mí, si tuviera que atravesar sólo dos de las circunstancias que describe, ya estaría agotada, frustrada, o tirada en algún rincón de la casa suplicando una terapia.
Me pregunto qué gesto de cortesía nos llevó a invitarlos a cenar.
No creo que valga la pena preguntarme porqué, más vale quisiera idear cómo hacer en el futuro para evitar cualquier tipo de encuentro, por más casual y mínimo que sea. Pensar me distrae. Observo la taza de té que está frente a ella. Debe estar casi helado. Agradecida voy a la cocina y le preparo uno caliente. Con una mirada casi pueril aprueba la generosidad del gesto y lo bebe de un sorbo. …. sigue y sigue hablando, nos vuelve locos, hasta el marido colgó definitivamente de la comisura de sus labios la curvatura de una sonrisa sin sustancia.
La letanía continúa, demasiados éxitos, demasiadas dificultades, demasiados, muchos demasiados para una noche que parece interminable.
Me levanté nuevamente. Percibí los ojos de mi marido hundiéndose en mi espalda, absolutamente convencida de que me suplicaba que volviera con una excusa creíble. Algo así como tener que salir de casa por alguna emergencia.
Pero no fue necesario. Desde lejos observé la piel de su rostro. La palidez iba ganando espacio entre sus gestos hasta que se desmayó.
El marido sobresaltado se deshizo en disculpas. La llevó en sus brazos al auto y partieron con urgencia al hospital más cercano.
Espero no haberle puesto demasiado…

Gestos


Adoro la noche
porque la oscuridad
devora tu perfil y las manos inquietas.
Aunque la palabra se repita incesante
y la queja abarque todo espacio,
elijo ese desborde que retumba en el oído.
Sombrío el velo oculta
esos ojos agitados por la furia,
la mueca desdeñosa de los labios
y el acoso de tus gestos. 

La mañana diferente


Me sorprendió la nota. Estaba escrita en lápiz en un papel de cuaderno, apoyada entre la taza y la cafetera. Todavía el reflejo del sol no entraba por la ventana, aunque la claridad rebotaba en las paredes de la cocina. Fui a buscar las lentes. Tomé el papel con una mano y con la otra me serví el café. Aquella tembló, y ésta, distraída, derramó el líquido sobre la mesa.
Apenas pude sentarme. No pensaba, no sentía. Desapareció el entorno. El mundo se había vaciado de repente y la piel tensa deseaba ser ajena. Los ojos borroneaban unas letras ahora desconocidas, aquellas que en las mañanas se habían enlazado con ternura, y que hoy, bajo este sol tibio, nuevo como nunca, garabatean una despedida, osada y cruel, cobarde y ladina.
No hubo tiempo para el llanto, si hasta la lágrima sufrió el desgarro. Pero las manos se crispan, y en los nudillos se acuna la sangre herida. El tiempo robó dolores y atesoró castigo.
Desde algún día, se perpetuaron las mañanas sombrías.
Por la ventana, ahora no entra nunca el sol, la claridad se enreja en las paredes y un poco más allá, yace la llaga, mi sentencia, y su olvido.

Despertar


Las hojas recogen
la madrugada tibia entre sus nervios,
y traslúcidas se hacen cómplices
de un sol que por ahora se adivina.
Detrás, el azul se agrisa
como el óleo en la paleta de un artista.
Y se deja hacer,
mientras el viento agita el aroma de las flores vírgenes.
Pero nada es sin el canto memorioso.
Entre el misterio de las ramas nace una melodía.
El silencio se aparta
Y así me reconozco viva,
entre tus brazos y tu aliento,
aun dormido.

martes, 9 de abril de 2013

El reflejo


La mira mecerse. Ella pierde la redondez con la misma celeridad con que la recupera. Simula jugar con él a las escondidas, como la luna oculta por las nubes que corren tras un destino. En el afán de atraparla tiró la línea. Las gotas saltaron y la boya se acomodó entre ellas. No hay carnada que la atrape, ni la hubo nunca. Aún así, quedó sentado con las piernas fuera de borda, oliendo ese mundo de aguas oscuras, de hombres sombríos, en el que la mujer no es bienvenida, sólo devorada en los puertos, una a una, en silencio. Los nombres no permanecen, únicamente algunos vientres colmados. De ellos, unos son rasgados, otros, lloran en la novena luna. Entonces los hombres vuelven a partir a las aguas sin recuerdos.
Por eso él ahora está en silencio, con la mente vacía, las piernas abandonadas al vaivén de las olas, y las manos tristes sosteniendo una línea. Porque esa luz esquiva que pretende atrapar en el agua, es como aquella que quedó sin nombre.
De la mujer… un reflejo.

martes, 26 de marzo de 2013

Leo el memorandum


En pocas palabras se esconde un solo significado, el rumbo se esfuma. Tengo palpitaciones, la sangre navega con ritmo inusual, algo así como si el corazón tosiera levemente. Quiero llevar mi cuerpo a un lugar donde se serene. Cierro los párpados, impregno mis ojos, ciegos, con el tono azulado del mar. Un cielo imaginario se mimetiza en el horizonte con las aguas tan frías como lejanas a cualquier costa.
El manso devenir de las olas acaricia mi incertidumbre y ondula la superficie de mi desesperación. Ahora, el corazón late al compás de la quietud y la calma. Lo percibo sin siquiera hacer algún esfuerzo que impida hundirme. Las aguas me sostienen.
Escucho apenas las campanas del reloj vigilante del entorno. La brisa empuja con brazos limpios al tiempo y me deja en paz, sonriendo.
En este punto de alta mar extravío las sandalias que calzaban mis pies agotados, el papel estrujado de rabia cae sin despedirse de mis manos crispadas, y el sudor de mi piel tensa es arrancado por las gotas negras y frías del mar.
¿Por qué no quedarme aquí para siempre? ¿Cómo llegar desde el pensamiento hasta la barca que me abandone?
Quizá con el memorandum que pronuncia en silencio mi infortunio pueda construir, como cuando era niño, el bote que me traiga y me deje aquí, lejos de todo, rodeado de paz. Y olvidar, para siempre, que fui despedido.

miércoles, 6 de marzo de 2013

identikit


Nunca supimos como pasó, lo cierto es que la duda nos marcó para siempre.
La memoria se nos hace borrosa y nos juega sucio cuando queremos armar y dar sentido lógico a una genealogía inexistente. Cada uno recuerda cuando algún otro quería jugar con el mismo trapo, otro que en el día anterior no se había sentado a la mesa, ni siquiera había dormido…un otro que sencillamente, ahora convivía, sin saber cómo había aparecido. Ella, en cambio, desde siempre permanecía, cada noche, cada madrugada.
No encontramos rastros de adopción, ni papeles que señalaran nuestro origen, solo las huellas en los muros descascarados por la pobreza de un conjunto numeroso de personas que aparentaba constituir una familia.
Así como entramos alguna vez, de la misma forma nos fuimos yendo, sin preguntas, sin palabras, sin destino. Y las camas iban quedando vacías, los cuartos encogidos, sin memorias, sin principios. Ella, como aquellos días, se hizo parte del olvido.
El nombre impreso nos avisó de su muerte y nos trajo de vuelta, por distintos caminos. Ni las miradas que cruzamos ni el silencio de nuestras vidas pudo darle sentido a tanto vacío. Como saber quienes podemos ser si ni siquiera sabemos quienes fuimos.

jueves, 10 de enero de 2013

La locura y el amor




Cuánto amor, si es mensurable,
se necesita para compartir la locura
de perder el alma dentro de otra.
¿Qué nudo en la convivencia
encadena una ceguera inviolable?  
¿Qué sabor nutre la tolerancia que besa
las fronteras de la esclavitud?
¿En qué esperanza navega hasta el abismo
la libertad sangrante?
¿Es acaso la entrega ilimitada
señal de locura
o un ángel robó la piel
de un desprevenido?