La mira mecerse.
Ella pierde la redondez con la misma celeridad con que la recupera. Simula
jugar con él a las escondidas, como la luna oculta por las nubes que corren
tras un destino. En el afán de atraparla tiró la línea. Las gotas saltaron y la
boya se acomodó entre ellas. No hay carnada que la atrape, ni la hubo nunca.
Aún así, quedó sentado con las piernas fuera de borda, oliendo ese mundo de
aguas oscuras, de hombres sombríos, en el que la mujer no es bienvenida, sólo
devorada en los puertos, una a una, en silencio. Los nombres no permanecen,
únicamente algunos vientres colmados. De ellos, unos son rasgados, otros,
lloran en la novena luna. Entonces los hombres vuelven a partir a las aguas sin
recuerdos.
Por eso él ahora
está en silencio, con la mente vacía, las piernas abandonadas al vaivén de las
olas, y las manos tristes sosteniendo una línea. Porque esa luz esquiva que
pretende atrapar en el agua, es como aquella que quedó sin nombre.
De la mujer… un
reflejo.