Otra vez se hizo
de noche. La luz se detuvo señalando el teclado de la computadora. Los dedos
apoyados entre la “a” y la “ñ” continúan inmóviles. La protagonista sigue esperando.
¿Debía correr hacia la izquierda?
¿Permanecería estática y temerosa? ¿La salvaría un transeúnte
ocasional? Desde el mediodía que está
con la cabeza mirando hacia atrás, cuando el autor decidió que ella percibiera
a sus perseguidores. Ya le duele el cuello, y el sol que no avanza en este
párrafo inconcluso le hace sudar la nuca. Con el rabillo del ojo espía hacia afuera.
Ve la mano del escritor quieta. Le grita, pero las letras no le hacen caso y
así como estaban, quedan.
– Despabilate! protesta otra vez con voz
inaudible para todo aquel que está fuera de escena. Nada cambia, ni la luz de
la lámpara, ni el silencio, ni la inmovilidad de los dedos. Entonces, toma la
decisión, arrancándose una a una las letras, borrando de su piel cada trazo,
partida de dolor y aferrada a una convicción atraviesa la pantalla.
-
¿Qué hiciste? - exclama el
escritor frente a la silueta que lo encara.
Ella lo mira un
poco sorprendida. Se lo había imaginado tan distinto. No tiene el pelo cano
como suponía, y la mirada tan verde la cautiva. No es joven, parece tener la
edad en que los surcos se esbozan y nos invitan a ser recorridos. Ella le toca
el cabello oscuro y la suavidad ondula entre sus dedos.
-
¿Que haces? – él murmulla sin
retirar la cabeza.
No sabe cómo
responderle. Apenas le dice: “Estaba esperándote”.
El entonces
recuerda que le dolía imaginar que la atacaran, o la lastimaran, o que aquel
que podía llegar a salvarla, a quien todos creían un hombre honesto y gentil,
bien sabía él que era un asesino. Los demás, los de adentro y los de afuera de
las páginas, lo sabrían unas líneas antes del epílogo.
Pero cómo
explicarle a ella, tan frágil, tan tierna, tan sí misma.
-
Te estaba esperando mientras me
perseguían. Estaba cansada. – le explicó ella, y tan ligera como un suspiro se
acomodó en el regazo de él. Ambos quedaron con el rostro iluminado por la luz
fría de la pantalla.
-
No quería verte sufrir. No
soportaba la idea de que te lastimaran – comenzó a justificarse.
-
Entonces hubieras evitado la
persecución y el arrebato –interrumpió ella con cierto tono de evidente
conclusión.
-
No podría vivir – susurró él con
la barbilla sumergida en la oscuridad del cuello.
-
¿Qué decís? -
-
Si no hay violencia,- prosiguió con tristeza -
la novela no se vende, si no se toca
cierto grado de atrocidad, los editores no encuentran negocio, y yo, necesito
vivir.
Con los ojos tan finos como un papel de seda, ella vio bajar sin
detenerse dos lágrimas de impotencia.
-
Te quiero tanto – susurró él sin
detener el llanto.
Ella se incorporó.
Con las manos le secó las mejillas. Y no dudó. Atravesó desgarrada otra vez la
pantalla. La tinta punzaba cada uno de sus poros y los hacía herida.
Ella volvió a
mirar a sus perseguidores. Supuso los dedos inmóviles. Dio media vuelta y dejó
que la atacaran con violencia, para que él viviera.