La mañana me saludó en el corazón de
la rosa, en tanto la luna, redonda y cargada con mis sueños, me despidió detrás del
campanario rubricando la promesa de la cual Dios es testigo. Me irá entregando
su cuerpo de plata hasta que nos hagamos, ella y yo, nuevas, y en esa novedad, renovemos
nuestra entrega.