Se acercan los
concurrentes a dirigirle su atención. Habla desde unos ojos que siempre están
un tanto más allá de la mirada ignorante de los invitados. Parece tan seguro de
sí mismo, tan profesional, tan ilustrado en las artes que practica.
Algún sensible y
sensato oyente, puede percibir sueños inconclusos detrás de las palabras. Las
letras del discurso apabullan al sentimiento profundo que lo embarga y a las
promesas insatisfechas. Cuenta su sonrisa el afán de conquistar al auditorio y
permanecer en el podio que aparenta su posición en el recinto acostumbrado.
Suenan sonrisas
mínimas y complacientes. Algunos ojos se embelesan bajo una inocente admiración,
fruto de un esmerado escenario. Pasea su figura, sostenida a fuerza de
quebrantos, entre otras que parece
conquistar con su andar altivo y poco estimulante.
Con ademanes
eruditos y casi premeditados sus manos tocan la obra incomprendida que espera
la gloria aún desconocida.
El evento va
llegando a su fin.
Las luces se
opacan y las palmas articulan el aplauso que quedará vacío. La última palabra
se ahoga en la mueca de su boca dibujando una agonía.
Uno a uno los
pasos van dejando la huella del silencio. Los lienzos se recuestan dejando que
la noche les depare la gloria venidera. Las puertas de la galería se cierran.
Las luces de la calle se hacen cargo del bullicio y por la puerta de atrás, una
sombra se desliza.