Los barquinazos
le impedían cebar el mate y salpicaban con agua hirviendo sus muslos tostados
por el sol de la playa.
Habían decidido
casi a fin de año tomarse unos días de descanso, no solo del trabajo sino también
de los hijos, el perro, la casa y las plantas.
Necesitaban
respirar nuevamente el aliento del otro, sin interferencias. Saberse elegidos y
recuperar la novedad de la elección. Solos. Unos pocos días.
Los sonidos del
viento, la noche plena de estrellas, el sol brillante y la arena suave se
encargaron de refrescar la piel de ambos y acercarlas lo suficiente para volver
a nombrarse. Volvían como habían planeado volver. Renovados.
Se habían
levantado temprano para acomodar las cosas en el auto, desayunaron con fruta,
café y unas tostadas. Ella llamó para avisar la hora estimada de arribo a la
casa. Las voces de los hijos se mezclaron con los ladridos del perro en un
canto de ternura a través del teléfono. Las palabras de los chicos se enredaban
diciendo que los habían extrañado y que estaban preparando sorpresas en la casa
para recibirlos. Cuando cortó la comunicación, no pudo menos que sonreír y
reconocer que ella también sentía deseos de abrazarlos y volver a verlos.
Cuando salieron
a la ruta, estaba despejada. Pocos autos y casi ningún camión. Pudieron
deleitarse con un amanecer de oro pintando de rojo el horizonte.
A medida que
avanzaban el tránsito se iba espesando bajo un sol que se desplazaba nítido por
el cielo claro.
Los camiones
iban conquistando el camino a medida que los kilómetros disminuían. El resplandor
privaba de colores al entorno y cegó por un instante la mirada.
Ella apretó el
termo entre las manos para intentar mantenerlo en equilibrio y cebar el último
mate.