¿Cuando se escapó de entre
nuestros dedos el suave marrón de la tierra para enredarse ahora en la
fragilidad blanca de tantas luchas?
Desnudos
alzamos al cielo nuestros brazos nudosos, como esos árboles desvestidos por el
invierno. La súplica ya no es más súplica, es entrega serena y confiada, con
la certeza de abrazar la bendición de la promesa: recibirán vida, y vida en
abundancia.
Y la
piel rugosa del cuerpo cansado, revivirá para dar nueva sombra y frescura.