Tuvo que hacerlo.
Hizo lo posible para evitarlo, de la misma forma que quiso corregirse.
Le recordaba las
fiestas en las que hacían resplandecer el comedor y el salón de su casa. Aún
olía el vinagre con que manos toscas los enjuagaba dejándolos impecables y
brillosos, luciendo la escena en la campiña pintada a mano.
Se veía pequeña
frente al aparador de nogal que como una nodriza robusta los protegía y a su
madre con una sonrisa acomodarlos en los
estantes forrados con un paño delicado.
Cómo olvidar la
última mirada con la que le dijo que lo cuidara, que era todo suyo y que lo
siguiera disfrutando como ella lo había hecho.
Disimuló el nudo
en su garganta frente al mostrador de la casa de empeño.
El antiguo juego
de vajilla la despidió hermanando su brillo con el cristal de su amargura.
Cobró.
Esa noche tenía
la esperanza de recuperarlo. Apostó de nuevo. Perdió el juego.
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