domingo, 4 de mayo de 2025

Dias de silencio

La noche fresca, diáfana, luciendo estrellas como nunca, fue un verdadero regalo en estos días de silencio y horizonte. Silencio imprescindible para hacer del dolor la palabra, de la añoranza el llanto, y del recuerdo la imagen eternizada en el hogar, donde arden los troncos que esperaron pacientes hasta hacerse leña. Un silencio que la vida impone sin pedir permiso ni esperar un acuerdo. 

Inesperada fue la mañana. El sol oculto tras nubes grises que, solapadas, se allegaron de madrugada, testigos son el mate tempranero y el calor de la salamandra.

De las nubes cayeron gotas furiosas sacando truenos del techo para callar en apenas unos minutos, dejando a las chapas llorando, al césped alzado de gloria y al hornero caminando sobre el pasto húmedo y vibrante.

El sol se deja ver como para no olvidarlo, echa luz sobre las rosas y atraviesa el ventanal para luego desaparecer tras la sombra gris de una tarde alerta.

Todo parece prepararse para hacer frente a la tormenta; afuera, sólo hay quietud y silencio; adentro, también. El farol de noche junto a los fósforos están atentos sobre la mesada; la linterna ya tiene las pilas puestas.

Nada se mueve, el aire calla, de pronto grita, con voz ronca y lejana,  se estremece la sangre, el perro alza las orejas, y vuelve la quietud, el aire se hace denso, cargado de humedad y de misterio.

El mate llega a la hora acostumbrada, los sorbos son lentos, la mirada se extiende hasta el horizonte, prolongando el silencio, llevándolo lejos.

El aire grita ronco de nuevo, su voz se acerca, oscurece, se larga la tormenta, sacude con fuerza hojas, ramas, nidos y veletas. Se esconden los gatos, el perro se acurruca, la sangre se estremece y el alma contempla, en silencio, en ese silencio que la vida impone, sin pedir permiso ni llegar a un acuerdo.



Saladillo, Los Laureles, 04 de mayo 2025

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