Hay un farol, sólo un farol sobre la pared borravino, ilumina poco, apenas a su alrededor la luz bordea su contorno; y sin embargo, brilla en la oscuridad.
Los laureles, Saladillo, 25 agosto 2025
"Escribir es jugar con las palabras y que las palabras jueguen conmigo, es atrapar imágenes y dejarme soñar, es entrar en las sombras y nombrar sus contornos. Leernos, es una manera de hablarnos. Mis textos, tus comentarios.
Hay un farol, sólo un farol sobre la pared borravino, ilumina poco, apenas a su alrededor la luz bordea su contorno; y sin embargo, brilla en la oscuridad.
Los laureles, Saladillo, 25 agosto 2025
Soy luz,
alma,
piel,
y soy sueño...
Soy cielo,
aire,
tierra,
y lluvia...
Soy dolor,
caricia,
amor,
llanto y alegría...
Soy silencio,
canto,
suspiro,
aliento y melodía...
Soy todo,
soy parte,
de un todo,
con todo,
y con todos.
Los laureles, Saladillo, 11 de agosto de 2025
Suenan los acordes de un violín mientras se despeja la niebla. El gato acurrucado entre las piernas levanta la cabeza, busca un mimo y vuelve a apoyarse sobre el brazo inmóvil del anciano. Sentado en su viejo sillón, algo vencido y de tapiz ajado, deja que su mirada celeste se pierda a través de la ventana. Sus manos descansan sobre el suave pelaje de Sirio que duerme en su regazo. Arrugadas por el tiempo, cada marca es una historia, una época, un trabajo, un sufrimiento, mil caricias que dibujan el mapa de su vida, sin papel, sin lápices de colores ni tinta. El sol, que por ahora es una línea breve y delgada en el horizonte, los ilumina y apenas los abriga. Pasa un chimango, con su vuelo corta por la mitad el paisaje tan quieto y arranca con sus alas los pensamientos, vuelven los recuerdos y el anciano sonríe. Los acordes del violín callan, es hora del silencio, de la memoria, del adiós al horizonte, a la niebla, al sol que crece, y de viajar a las estrellas. Sirio levanta su cabeza, se acurruca, y viaja junto al viejo.
Los laureles, Saladillo, 10 de agosto 2025
Tiene los ojos tan oscuros como su pelo. Apenas a la luz se adivinan escasas canas como para dar indicios sobre una edad incierta.
Su mirada brilla en el marco de su cara redonda, de mejillas llenas, risa ligera, algo estridente mientras sus manos gruesas empuñan el hacha, la azada o trabajan la masa que se hará pan caliente o torta frita si es que llueve.
Por las mañanas sale temprano a remover la tierra, quitar yuyos y malezas. Tiene semillas para cada época, se emociona ante los plantines y canta a viva voz en tiempo de cosecha.
La cocina huele a dulces y conservas. Cuando el clima la acompaña, afuera de la casa la olla se tizna sobre la leña encendida dando consistencia y sabor al guiso o a un puchero.
Camina por el campo recogiendo hierbas. Prepara brebajes y mezclas para calmar dolores, bajar la fiebre, curar heridas o vencer la tos y la tristeza.
Sus rituales de buenaventura se repiten y se convidan con quienes los merecen.
No entiende de letras, pero la vida no se le escapa, aprende de ella.
En silencio mira, a lo lejos y bien cerca; se detiene y observa. Así es que se ganó el apodo de la que "anda junando".
Por sus ojos grandes entran los secretos que la Madre Tierra le devela y ella guarda con celo.
Será por eso que en cada atardecer dibuja su silueta baja y regordeta contra el sol que se recuesta en el horizonte y pronuncia en voz baja palabras de agradecimiento.
La ven irse despacio hacia la noche y se preguntan qué andará la Juana junando entre las estrellas.
Los laureles, Saladillo, 10 de agosto de 2025
Primeros días de agosto, fríos, soleados, con esa temperatura que merece abrigo pero no paraliza. Días de caldo con los últimos zapallos, ovalados como pelotas de beisbol , de cáscara dura y verde con vetas, pulpa clara y no muy sabrosa, pero que acepta condimentos y verduras para hacerse sopa de las noches frías, o tal vez, un dulce para las mañanas.
En el campo, la hilera de álamos jóvenes plantados hace poco tiempo, presentan pequeñísimos brotes que sacan gratitud del corazón y ansiedad de primavera.
Quizá fue respuesta a las plegarias para hacer de la tierra frutos. Los álamos parecieron inspirarse sembrando la idea de plantar frutales dentro de los límites que ellos demarcan.
La imagen germina en la mente, echa raíces y dibuja en la tierra futuras canastas repletas de naranjas, mandarinas, limones y pomelos, sopla en el aire el aroma de cientos de azahares abiertos exhalando el íntimo perfume de su fecundidad.
El pensamiento toma forma de proyecto y de pronto, un viejo sueño se hace presente, un sueño de niños rodeando la fogata con los labios brillando por el jugo de la fruta dulce que un hombre de gorra y campera azul cargó en canastas para ellos.
Un sueño dormido que se despierta, una idea que se amasa y leuda como el pan, se hornea haciéndose proyecto. Es que el alma nunca olvida el sueño que nos define. En el tiempo preciso, lo recuerda.
Los laureles, Saladillo, 09 agosto de 2025