Tiene los ojos tan oscuros como su pelo. Apenas a la luz se adivinan escasas canas como para dar indicios sobre una edad incierta.
Su mirada brilla en el marco de su cara redonda, de mejillas llenas, risa ligera, algo estridente mientras sus manos gruesas empuñan el hacha, la azada o trabajan la masa que se hará pan caliente o torta frita si es que llueve.
Por las mañanas sale temprano a remover la tierra, quitar yuyos y malezas. Tiene semillas para cada época, se emociona ante los plantines y canta a viva voz en tiempo de cosecha.
La cocina huele a dulces y conservas. Cuando el clima la acompaña, afuera de la casa la olla se tizna sobre la leña encendida dando consistencia y sabor al guiso o a un puchero.
Camina por el campo recogiendo hierbas. Prepara brebajes y mezclas para calmar dolores, bajar la fiebre, curar heridas o vencer la tos y la tristeza.
Sus rituales de buenaventura se repiten y se convidan con quienes los merecen.
No entiende de letras, pero la vida no se le escapa, aprende de ella.
En silencio mira, a lo lejos y bien cerca; se detiene y observa. Así es que se ganó el apodo de la que "anda junando".
Por sus ojos grandes entran los secretos que la Madre Tierra le devela y ella guarda con celo.
Será por eso que en cada atardecer dibuja su silueta baja y regordeta contra el sol que se recuesta en el horizonte y pronuncia en voz baja palabras de agradecimiento.
La ven irse despacio hacia la noche y se preguntan qué andará la Juana junando entre las estrellas.
Los laureles, Saladillo, 10 de agosto de 2025
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