Como si fuera eterno, el sorbo se alarga mientras cae la tarde de invierno, pronta y fría.
El eucalipto arde sin prisa abrazando al quebracho para hacer durar las brasas y el calor de la salamandra. Es la hora del contraste entre el azul del cielo que no termina de despedir a un sol que se fue, y el negro de los árboles vestidos de sombras y siluetas desapareciendo.
Es la hora del mate que se acaba y las luces que se encienden.
Es la hora del regreso, del agua en la olla, de abandonar la mirada.
Es la hora del silencio, todo calla, todo permanece quieto, latente y expectante. Es la hora de lo primero y primordial, del secreto que se manifiesta.
Es la hora en que la creación reza, se entrega, y nos espera.
Buenos Aires, 28 de junio 2025
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