miércoles, 30 de abril de 2025

pausa

 Cuando la oscuridad lo indica, las luces automáticas se encienden; otras las enciendo porque me gustan, o las necesito, o sencillamente porque me hablan de vos.

La copa de cognac acompaña silenciosa, lenta, inundando el paladar de añoranza, con sorbos pausados en esta hora de la pausa.

Así quedo mirando las luces entrelazadas en las ramas del aguaribay, en silencio, viendo nacer la noche, sorbiendo tu recuerdo, en pausa.

Te espero.



Buenos Aires, 29 de abril de 2025

mañana de invierno...

 Arde el fuego en la salamandra,

te miro, sonríes;

tu sonrisa me ilumina, 

ante el fuego, sonrío.


Buenos Aires, 30 de abril de 2025

domingo, 27 de abril de 2025

Un día de bendiciones

 Son las ocho de la mañana y estoy tomando el desayuno de siempre: varias tazas de café sin leche y sin azúcar con dos tostadas untadas con queso crema común, o a veces ( pocas) con manteca.

Una mañana como siempre, o mejor dicho, como las últimas, las que empezaron hace seis meses cuando los dos individuales en la mesa se hicieron uno.

Miro por la ventana al árbol de palta resistiendo en la maceta y a la planta de margaritas echando hojas verdes en vistas de un invierno lerdo, para florecer en la próxima primavera.

Vuelvo los ojos a la taza y se me van al vacío; los cubro con los párpados y hago unas cuantas respiraciones profundas (tan profunda como me lo permita la fatiga). Busco relajarme e iniciar el día; un día por cierto incierto, sin plan ni cronograma, un día para ser sencillamente vivido.

Siempre me pregunto si es Dios, algún ángel, un espíritu travieso, el ser querido o la propia mente la que te habla de repente sin que pueda escuchar el entorno. " ¡Hoy será un día de bendiciones!" No pude más que sonreír y entusiasmarme ante semejante augurio, fuera quien fuera el anunciante. 

Me preparé para vivir el día de lleno, no sin antes intentar solicitar reparación de la línea telefónica sin tono, hacer las compras, concretar una visita con algún techista de los varios que tengo el contacto para evitar que se amplíen las goteras, ya que los baldes y trapos no alcanzan para más, y así abrir los brazos para recibir las bendiciones prometidas. En el afán de concretar todo, se hizo el mediodía y salí a comprar algo para almorzar. Grande fue mi sorpresa cuando la tarjeta con la que intento pagar dos tomates, un kilo de cebollas y un par de zanahorias es denegada ... imposible haber superado el límite de compra diario, busco el monedero, vacío.

El hambre tuvo que esperar y desvanecerse en función de averiguar, además de subsanar, el motivo por el cual la cuenta bancaria de la única jubilación que percibo está bloqueada. Todo un día atravesado por infinidad de comunicaciones con mensajes grabados, opciones que no coinciden con la consulta que necesito hacer, sin hablar de los mensajes por internet en los que solicito asesores que tengan voz y personalidad, oídos para escuchar y puedan conversar.

Así llega la tarde, luego la noche y sigo insistiendo sin respuesta ni resultado. El cansancio y el sueño me ganan.

Las ocho de la mañana me encuentran nuevamente tomando el desayuno de siempre, café sin azúcar ni leche, dos tostadas crujientes bajo el manto blanco del queso crema.

Miro por la ventana al árbol de palta queriendo salir de la maceta, a las hojas de la planta de margaritas  que crecen día a día,  y me pregunto cual es el significado de la palabra " bendición".

Ayer, lo que menos me sentí fue " bendecida", más bien, enojada, agotada, gastando mi tiempo en solucionar problemas que otros me generan... a dónde se fueron las bendiciones del día?

Sin que se escuche sonido en el entorno, algo me dice que vivir es una bendición. La bendición es vida, o la vida es una bendición. El resto, circunstancias.

Se hizo silencio, por dentro y por fuera, tardé un tiempo para cerrar los ojos, hacer unas respiraciones profundas, y agradecer.

domingo, 20 de abril de 2025

Saladillo, Los Laureles, un amigo

 

Saladillo, un lugar en la provincia de Buenos Aires, un lugar desconocido a pesar de haber pasado tantas veces por “La gallareta”, la YPF que fue parada obligada de viajes, más extensos algunos, otros más cortos. Jamás ni en nuestras más remotas y alocadas imaginaciones sospechamos que cada vez que nos detuvimos a descansar, tomar un café o almorzar un sándwich, estábamos a escasos metros de lo que años más tarde, fue la concreción del sueño que perseguimos por más de veinte años.

El campo, la tierra, el horizonte lejano a la vida urbana, años recorriendo direcciones, al norte, al sur, dibujando círculos de no más de cien kilómetros a la redonda, sopesando precios, valores y disponibilidades. Tiempos de búsqueda interrumpidos por el desaliento, o sencillamente, porque la vida desvió la atención, pero nunca sucumbió ante el deseo. La libreta fue registro de posibilidades, números de teléfono, zonas, fechas de visita, y tachaduras achicando la lista.

Una inmobiliaria desconocida, otras alternativas sin entusiasmo fueron a parar a la lista con la desventaja de la distancia. Excedía el círculo trazado.

Cuando nada se pierde, ni aún la esperanza, visitamos la de Saladillo. “Y eso dónde queda?” - me preguntaba. Lejos, ochenta kilómetros más de lo estipulado.

La tranquera blanca y un camino nos lleva hacia la segunda, ésta nos adentra a un monte de eucaliptos, más adelante un roble enorme nos indica la huella y la galería ancha nos recibe junto al encargado y su perro que mueve la cola saltando de alegría.

Cada uno la camina a su manera y a su ritmo descubriendo las partes, los rincones, los horizontes.

Regresamos, algo nos convence, algo nos hace dudar.

No pasa siquiera un mes. Volvimos a la tranquera blanca, y al pasar junto a la palmera, tu voz queda fue contundente: “No busquemos más, es ésta.”

Hicimos la oferta, la aceptaron, la vida nos enfrentó con desafíos, con angustia, miedo e incertidumbre, aún así, “Los laureles” en Saladillo se aferró a nuestra vida con la fuerza de la conquista y el apoyo de quienes buscaron otro destino. La dejaron con la generosidad de quienes amaron el lugar y nos descubrieron amándolo.

Se abrieron las puertas, la fuimos haciendo nuestra. Y en Saladillo, buscando la herramienta encontramos al amigo. Y nos sentimos queridos, acompañados, sostenidos por su inmediata entrega, su preocupación, su asesoramiento y su generosidad, la de quien comparte lo que sabe, lo que conoce, lo que tiene, lo que siente.

En poco tiempo hicimos parte de nuestra vida esta parte de la provincia de Buenos Aires, con sus árboles, su plaza, su fiesta, su galleta de piso y su gente. Ramiro encontró más amigos que reconocieron su sencillez, su habilidad, su testarudez y su dolor.

Una mañana ventosa, en camino a Los Laureles dejó su cuerpo y ahora anda abrazando el monte, encendiendo luces, apagando sombras, marcando huellas, disipando mis temores, dándome fuerzas y haciéndome saber que no estoy sola.

En Saladillo encontramos el gozo, la vida y la muerte que hoy es luz para siempre, sobre todo, encontramos al amigo, que más allá de todo, apoya y sostiene.



Para Andrés Bertazzo en Saladillo, Los Laureles, 18 de abril de 2025 

viernes, 18 de abril de 2025

el viaje

  Suena "el Himno" de Vangelis. Cada acorde es un paso hacia el encuentro. La intensidad de la música aumenta a medida que la distancia se acorta. En el final, el viaje en tren se inicia, juntos.

Las primeras estaciones ( no las únicas) son de colores vivos, sorprendentes, con el sabor de un íntimo misterio a develar.

En algunas estaciones hubo que detenerse por varios meses y reservar en el vagón nuevos asientos para continuar el viaje.

Las vías entonan ritmos diversos según sean las estaciones que el tren atraviesa, incluso suenan en las grises y desoladas donde el tren parecía detenerse para no volver a arrancar.

Sin embargo, la locomotora ( esa de las antiguas a vapor, de puro hierro, que anuncian su llegada con voz tan estridente como profunda) encontró siempre carbón y fuego para tomar ímpetu, y a pesar de la carga pesada, seguir su camino empinado en busca de otras estaciones.

Los pasajeros subían y bajaban, algunos definitivamente y en general, dejaban olvidado una parte de su equipaje, lo que para aquellos que continúan el viaje, les permite recordarlos.

En cada estación vibran diferentes colores en nuevos paisajes, celebradas con vino las bendiciones,  serenas las horas de la tarde compartiendo el mate.

Pasa el tren sobre vías rotas, peligra su andar, puede descarrilar, pero logra atravesarlas soportando el sacudón.

La próxima estación es verde, plena de aire y eucalipto, de rosas y frutales, de chimangos, golondrinas y cotorras. En la estación suben nuevos pasajeron, se quedan, comparten, y tejen redes.

La luna y el sol se hacen presentes con el más deslumbrante esplendor de amaneceres y atardeceres. 

Tiempo de goce y de trabajo, de sueños venideros, de amor, de abrazo y de hoguera. Suena ahora " Tribute" de Yanni. Los acordes llenan el vagón y el alma de los pasajeros.

Un café, dos medialunas, y te adelantaste sin anticipo al vagón más cercano a la locomotora.

Dejaste gran parte de tu equipaje aquí, donde seguimos viajando reteniendo tu voz, tu melodía, tu camisa, tu gorra, tu abrigo.

Allí en el vagón donde estás, el fuego de la locomotora te ilumina, tu mirada es luz, tu rostro es luz que emite reflejos en los nuestros.

Un viaje con paradas y demoras, un viaje con el mejor compañero...con quien seguimos viajando, en diferentes vagones, en el mismo tren

Suenan ahora las gaitas..."Amazing grace".



Saladillo, Los Laureles, 18 de abril 2025

martes, 15 de abril de 2025

El farol de la noche

El sol entra y se queda apoyado sobre la salamandra, en tanto la rosa en el florero hace alarde de fuertes contrastes. El resto de la habitación va adentrándose en la penumbra, la luz de la tarde se va alejando del rincón donde duerme el gato y de la bandeja donde está el mate. Los caramelos envueltos en papel metálico retienen algunos destellos hasta que el reflejo los trague.

El farol de noche, aún apagado, preside la mesa que da a la ventana. No necesita encenderse en esta hora del mate alargado, la hora en que los brazos del día se van cerrando sin llegar a ser noche oscura cuando las sombras ni siquiera se adivinen.

Los sorbos se van diluyendo entre las hojas de yerba que flotan cansadas de darle sabor al agua.

La oscuridad va avanzando cubriéndolo todo. Es preciso tantear el pico del termo para cebar los últimos mates, y más aún, recorrer con  las manos la mesa hasta encontrar la caja de fósforos para encender el farol de noche que, ahora se sabe imprescindible y no olvidado e inútil como en las mañanas luminosas o las tardes claras.

Se hinchó la camisa del farol, ceniza que ilumina con blanca caricia el entorno que toca, dejando a lo lejos sombras oscuras, apenas contornos de muebles, cuerpos o emociones. 

Para ver, hay que llevarlo en andas, como la paz en el alma; sólo así la luz ilumina el camino.

Paso tras paso, la mirada es clara hacia adelante, se ensombrece hacia los costados y se enceguece por detrás.

Paso tras paso recorre habitaciones sin detenerse en ninguna.

Paso a paso transita la noche bajo la luz blanca del farol que lleva a cuestas con sus sombras, hasta que el sol vuelva a echar luz plena, dando claridad al entorno, abarcativa la mirada ... certezas en el alma.

Se apaga el farol, ya no es necesario, hasta la próxima sombra asomando en la propia noche.

domingo, 6 de abril de 2025

es tiempo de

Tiempo de salamandra, 

de mañanas celestes 

y café caliente.

Aroma a tostadas

sabor a manteca

y besos en la frente.

Tiempo de leña

de hogares ardiendo

eucalipto y quebracho.

La copa de vino

pan con picada

y en el sillón, abrazos.


Buenos Aires, 06 de abril 2025


sábado, 5 de abril de 2025

La hora azul

 El reloj marcó una hora oscura cuando sonó el teléfono. Intentó atender a tientas varias veces sin lograrlo. El sonido de la llamada perdida lo desveló justo el día que le tocaba descanso. Era el tiempo de la cosecha y los últimos días el sol y el dolor en la espalda lo habían agotado.

Quiso tentar al sueño para que volviera a enredarse con él entre las sábanas pero nada logró. Aceptando la derrota y el estado de vigilia, puso sus pies en las viejas alpargatas para ir hasta la cocina a preparar el mate que no esperaba tomar tan temprano. Llenó con agua la pava de aluminio algo ennegrecida por  el fuego de tantas madrugadas mateando fuera de casa.

Mientras cargaba la calabaza de yerba y el agua llegaba a la temperatura justa se detuvo a mirar a través de la ventana sin cortinas. Vio cómo la noche abandonaba su negrura poco a poco.

A pesar de haber visto innumerables amaneceres, algo le llamó tanto la atención que no pudo apartar la mirada. El agua hervía a borbotones sin que se diera cuenta. Todo seguía tan negro en contraste con el azul de fondo; un azul que nunca había visto, o nunca se detuvo a ver.

Fue ese color el que lo embriagó de sorpresa, admiración, silencio y quietud.

Los ojos fijaron la imagen. El color lo llevó hasta la profundidad de sus emociones. Sintió la humedad en su mejilla y cerró sus párpados a fin de perpetuar en la memoria ese azul y esa hora que no es noche, ni amanecer ni entrada la mañana...el azul y la hora del misterio, del silencio, de la vida que vive pero aún no se asoma.

Secó su lágrima, vació la pava y la llenó nuevamente de agua. Se preparó el mate, lo tomó mucho más temprano de lo que esperaba.

Pensó en la llamada perdida, dio las gracias y sin premura, amaneció.



Buenos Aires, 05 de abril de 2025

miércoles, 2 de abril de 2025

El viaje

El domingo se sumergía en la quietud de la tarde. Diáfano el cielo y cálido el aire, su cuerpo estaba tendido y su mente abandonada al silencio. Ya era pasado el mediodía, una hora sin hambre, ahogada ésta por los mates que comenzó a tomar a media mañana. Pasó la tarde, y sin consultar a nadie como habitualmente hacía, en especial a sus hijos, decidió viajar. En menos de media hora sacó los pasajes de ida y vuelta, reservó tanto el remise que la acercaría a la terminal como el que la llevaría hasta la tranquera.

No quería esperar más. El tiempo pasaba muy rápido, el mes se había escapado con la velocidad de los segundos, y los días venideros no le garantizaban la libertad para decidir cuando ir o cuando volver.

Esa noche, después de encontrarse con una amiga en un café cercano, el viento comenzó a correr con violencia, cayeron gotas redondas como pelotas, suficientes para empapar cuerpos y almas.

Se hizo tarde, aún así, se tomó el tiempo de llenar la valija con pocas cosas, las necesarias para tan sólo tres días, nada de ropa porque allá tenía tanto para usar en días de calor como de frío, ventaja de haber guardado con cuidado prendas ignorando los ciclos de la moda. Llevaba sí aerosoles, espirales y repelente para dar lucha a los mosquitos, que, según le habían contado, eran grandes como aviones, inocentes como ovejas y molestos como moscas; los que invadieron el campo no son transmisores del COVID, plaga que dañó tanto el cuerpo y la vida de los sobrevivientes.

El viento fortísimo y la lluvia la amedrentaron frente a la posibilidad de viajar con su amiga en auto cancelando todas sus reservas. No había pasado el tiempo suficiente como para espantar el miedo que el accidente le incrustó en lo más profundo de sus emociones. Habían sido muchos años de una convivencia aniquilada en un segundo violento; dos autos, una ruta y una ruptura trágica. No quería que el dolor y el duelo la dominaran, pero no pudo evitar el miedo.

Así fue como partió al día siguiente con pasajes y reservas a cuestas.

Llegó de noche, noche sin luna ni estrellas. El blanco de la tranquera fue la señal que el chofer identificó para detenerse en destino. Ella venía con su valija y su bolso distraída con pensamientos ligeros y punzantes.

Anduvo despacio por el camino de entrada arrastrando la valija sin poder ver el monte de eucaliptos velado por la oscuridad e intuido por el sonido de las hojas atravesadas por el viento.

Las únicas dos luces enmarcando la puerta le dieron la bienvenida. Entró a la casa a oscuras con el silencio por delante. Con la tranquilidad de haber llegado sin inconvenientes comenzó a desembalar y a ordenar. Una sensación en el estómago la interrumpió.

La heladera estaba prácticamente vacía, apenas había unas rodajas de pan conservadas en el freezer y frascos de mermelada de manzanas y de higos que abrió con cierta desconfianza. Sacó la tostadora, puso agua en la pava y sació el hambre con un té  con tostadas y dulce. Terminó de acomodar todo con el deseo de acostarse y descansar.

Encendió la luz del dormitorio, la cama estaba perfectamente tendida para dos. Se detuvo en el lado que da hacia la puerta, ese lado que ya no se abriría cada noche, ese lado vacío, un vacío que se acostó con ella, que la inundó en lágrimas y la ahogó en sollozos hasta que la oscuridad de una noche sin luna ni estrellas se apiadó de su alma y se la llevó con ella.



Saladillo, 02 de abril de 2025