domingo, 20 de abril de 2025

Saladillo, Los Laureles, un amigo

 

Saladillo, un lugar en la provincia de Buenos Aires, un lugar desconocido a pesar de haber pasado tantas veces por “La gallareta”, la YPF que fue parada obligada de viajes, más extensos algunos, otros más cortos. Jamás ni en nuestras más remotas y alocadas imaginaciones sospechamos que cada vez que nos detuvimos a descansar, tomar un café o almorzar un sándwich, estábamos a escasos metros de lo que años más tarde, fue la concreción del sueño que perseguimos por más de veinte años.

El campo, la tierra, el horizonte lejano a la vida urbana, años recorriendo direcciones, al norte, al sur, dibujando círculos de no más de cien kilómetros a la redonda, sopesando precios, valores y disponibilidades. Tiempos de búsqueda interrumpidos por el desaliento, o sencillamente, porque la vida desvió la atención, pero nunca sucumbió ante el deseo. La libreta fue registro de posibilidades, números de teléfono, zonas, fechas de visita, y tachaduras achicando la lista.

Una inmobiliaria desconocida, otras alternativas sin entusiasmo fueron a parar a la lista con la desventaja de la distancia. Excedía el círculo trazado.

Cuando nada se pierde, ni aún la esperanza, visitamos la de Saladillo. “Y eso dónde queda?” - me preguntaba. Lejos, ochenta kilómetros más de lo estipulado.

La tranquera blanca y un camino nos lleva hacia la segunda, ésta nos adentra a un monte de eucaliptos, más adelante un roble enorme nos indica la huella y la galería ancha nos recibe junto al encargado y su perro que mueve la cola saltando de alegría.

Cada uno la camina a su manera y a su ritmo descubriendo las partes, los rincones, los horizontes.

Regresamos, algo nos convence, algo nos hace dudar.

No pasa siquiera un mes. Volvimos a la tranquera blanca, y al pasar junto a la palmera, tu voz queda fue contundente: “No busquemos más, es ésta.”

Hicimos la oferta, la aceptaron, la vida nos enfrentó con desafíos, con angustia, miedo e incertidumbre, aún así, “Los laureles” en Saladillo se aferró a nuestra vida con la fuerza de la conquista y el apoyo de quienes buscaron otro destino. La dejaron con la generosidad de quienes amaron el lugar y nos descubrieron amándolo.

Se abrieron las puertas, la fuimos haciendo nuestra. Y en Saladillo, buscando la herramienta encontramos al amigo. Y nos sentimos queridos, acompañados, sostenidos por su inmediata entrega, su preocupación, su asesoramiento y su generosidad, la de quien comparte lo que sabe, lo que conoce, lo que tiene, lo que siente.

En poco tiempo hicimos parte de nuestra vida esta parte de la provincia de Buenos Aires, con sus árboles, su plaza, su fiesta, su galleta de piso y su gente. Ramiro encontró más amigos que reconocieron su sencillez, su habilidad, su testarudez y su dolor.

Una mañana ventosa, en camino a Los Laureles dejó su cuerpo y ahora anda abrazando el monte, encendiendo luces, apagando sombras, marcando huellas, disipando mis temores, dándome fuerzas y haciéndome saber que no estoy sola.

En Saladillo encontramos el gozo, la vida y la muerte que hoy es luz para siempre, sobre todo, encontramos al amigo, que más allá de todo, apoya y sostiene.



Para Andrés Bertazzo en Saladillo, Los Laureles, 18 de abril de 2025 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tan vos Marta....me encantó. La sencillez de las palabras solo aumentan la profundidad de los sentimientos que expresan.