Saladillo, un
lugar en la provincia de Buenos Aires, un lugar desconocido a pesar de haber
pasado tantas veces por “La gallareta”, la YPF que fue parada obligada de
viajes, más extensos algunos, otros más cortos. Jamás ni en nuestras más
remotas y alocadas imaginaciones sospechamos que cada vez que nos detuvimos a
descansar, tomar un café o almorzar un sándwich, estábamos a escasos metros de
lo que años más tarde, fue la concreción del sueño que perseguimos por más de
veinte años.
El campo, la
tierra, el horizonte lejano a la vida urbana, años recorriendo direcciones, al
norte, al sur, dibujando círculos de no más de cien kilómetros a la redonda,
sopesando precios, valores y disponibilidades. Tiempos de búsqueda
interrumpidos por el desaliento, o sencillamente, porque la vida desvió la
atención, pero nunca sucumbió ante el deseo. La libreta fue registro de
posibilidades, números de teléfono, zonas, fechas de visita, y tachaduras
achicando la lista.
Una
inmobiliaria desconocida, otras alternativas sin entusiasmo fueron a parar a la
lista con la desventaja de la distancia. Excedía el círculo trazado.
Cuando nada
se pierde, ni aún la esperanza, visitamos la de Saladillo. “Y eso dónde queda?”
- me preguntaba. Lejos, ochenta kilómetros más de lo estipulado.
La tranquera
blanca y un camino nos lleva hacia la segunda, ésta nos adentra a un monte de
eucaliptos, más adelante un roble enorme nos indica la huella y la galería
ancha nos recibe junto al encargado y su perro que mueve la cola saltando de
alegría.
Cada uno la
camina a su manera y a su ritmo descubriendo las partes, los rincones, los
horizontes.
Regresamos,
algo nos convence, algo nos hace dudar.
No pasa
siquiera un mes. Volvimos a la tranquera blanca, y al pasar junto a la palmera,
tu voz queda fue contundente: “No busquemos más, es ésta.”
Hicimos la
oferta, la aceptaron, la vida nos enfrentó con desafíos, con angustia, miedo e
incertidumbre, aún así, “Los laureles” en Saladillo se aferró a nuestra vida
con la fuerza de la conquista y el apoyo de quienes buscaron otro destino. La
dejaron con la generosidad de quienes amaron el lugar y nos descubrieron
amándolo.
Se abrieron
las puertas, la fuimos haciendo nuestra. Y en Saladillo, buscando la
herramienta encontramos al amigo. Y nos sentimos queridos, acompañados,
sostenidos por su inmediata entrega, su preocupación, su asesoramiento y su
generosidad, la de quien comparte lo que sabe, lo que conoce, lo que tiene, lo
que siente.
En poco
tiempo hicimos parte de nuestra vida esta parte de la provincia de Buenos
Aires, con sus árboles, su plaza, su fiesta, su galleta de piso y su gente.
Ramiro encontró más amigos que reconocieron su sencillez, su habilidad, su
testarudez y su dolor.
Una mañana
ventosa, en camino a Los Laureles dejó su cuerpo y ahora anda abrazando el
monte, encendiendo luces, apagando sombras, marcando huellas, disipando mis
temores, dándome fuerzas y haciéndome saber que no estoy sola.
En Saladillo
encontramos el gozo, la vida y la muerte que hoy es luz para siempre, sobre todo, encontramos al amigo, que
más allá de todo, apoya y sostiene.
Para Andrés Bertazzo en Saladillo, Los Laureles, 18 de abril de 2025
1 comentario:
Tan vos Marta....me encantó. La sencillez de las palabras solo aumentan la profundidad de los sentimientos que expresan.
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