La señal que vió fue inequívoca: " VICTIMA FATAL". Quedó grabada en sus ojos mientras el camino por la ruta se alargaba tras una niebla densa.
La memoria despertó al recuerdo que volvió vívido e intenso. Tal vez fue la música que escuchaba a través de los auriculares la que acalló la sensación del accidente y la tristeza y el dolor que le siguieron.
Llegada a la terminal, se dedicó a hacer las compras. El día estaba frío y húmedo, oculto bajo la neblina persistente.
Volvió a la ruta con el baúl del remise cargado con bidones de agua, bolsas de carne para ella y sus perros, algo de verdura y frutas y pequeñeces de almacén.
En la hora siguiente se dedicó a ordenar para luego sentarse a comer los restos de un pollo que había traído en la valija a fin de evitar tener que cocinar al llegar pasado el mediodía, cansada y con hambre.
Apuró el pollo frío con un poco de agua y los medicamentos de la tarde. Encendió la salamandra.
Ya con el silencio y la quietud que trae el haber finalizado la tarea, miró a su alrededor.
La casa y sus rincones se llenaron de sombras.
Los fantasmas aparecieron para sacar de las entrañas una rabia desconocida, llanto, grito, enojo y bronca. Se sorprendió de la furia estallando en el aire, un sentimiento nuevo, novedoso, raro y extrañamente liberador.
Jamás había sentido esa ira que la tarde se llevó en el aire pesado y denso de la bruma, dejándola vacía.
Decidió cenar liviano, sólo una taza de caldo caliente y un trozo de pan. Encendió el fuego en el hogar y se sirvió una copa de vino.
Sólo su rostro estaba iluminado por las llamas y tibio por su calor. En el ambiente oscuro, se resaltaba su mirada.
Dejó que cada inspiración le trajera emociones nuevas para ocupar el vacío que le había dejado su arrebato.
De a poco la serenidad fue invadiendo su cuerpo y sus pensamientos, como lo hace la victoria en una batalla dolorosa, se descubrió en paz, más profunda, más interna, y supo haber crecido.
Los laureles, Saladillo, 23 de julio de 2025