miércoles, 9 de septiembre de 2009

La carta

Puso disimuladamente la carta dentro del ataúd. La detallada confesión de su hijo, a quien jamás volvería a ver, ardería junto al cuerpo de su marido. Ambos de profesión literaria, los escritos premiados de uno ensombrecían los del otro. Una lucha constante que llevó a la desesperación y locura sin retorno. Una angustia que encontró remedio en sutiles gotas vertidas en el café amargo de cada noche.
El tiempo fue cómplice y el viento acogió las cenizas, mientras en el bronce quedaron perpetrados viejos honores.
Pasaron los años.
Los diarios y revistas especializados hoy llenan sus páginas con los elogios a un nuevo nombre, que, colgado de un apellido ilustre, logró despejar una sombra y hacerse luz, candela que se alimenta de la trama de un silencio y la pluma de un asesino.

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