viernes, 24 de abril de 2009

Uno, dos...tres

Cuando Celia cerró con fastidio la puerta, Carlos comprendió la violencia de inútiles intolerancias. Se le clavaron en la piel los reproches que, ahogados en las tazas del desayuno o adormecidos bajo las sábanas, ahora rebotan en las paredes sacudidos por el portazo.
Cuando ella cerró la puerta, Carlos se dió cuenta que Celia había comprendido. La realidad puede ser un fantasma, el fantasma tener nombre, y el nombre un cuerpo, que no es el de ella.

domingo, 12 de abril de 2009

Una serie de definiciones equívocas ( abandonar el origen)

La siembra en campo ajeno
es cosecha inhóspita
donde el peor de los desiertos
quema la semilla
despojada de la cuna.
Es pesadilla en partes solitarias,
sueño desmembrado
que se alimenta en la agonía
de atardeceres sin mañana,

… en una noche,
la más oscura y silenciosa
se teje un hilo frágil,
una cuerda,
y entonces, tal vez,
se enhebren los átomos.

31 de diciembre 2008

Estás cerrando la puerta. Me da miedo. Aún así, ayudame a echarle el cerrojo. Se abrirá una nueva y el vacío sostendrá el pie que avanza en silencio con cierta timidez.
Las voces arderán ajenas a este momento de profunda y fértil soledad. Es la hora del bullicio que me encuentra frente al espejo donde se reflejan con los colores de ayer las pinceladas de mañana.
Es la hora del adiós temido, por ser despedida, es la hora que conduce al reencuentro, donde la lágrima juega con la risa, donde te olvido, y me esperas.

Casandra - Una de parcas

Casandra

Se fueron. Estaban heridos hasta el llanto, y dejaron colgadas en el aire las palabras que desnudaron sus sentimientos. Fueron horas de un monólogo del alma.
Veo sus espaldas reducirse a través del cristal de la ventana. Siento lástima por ellos, no por su herida, sino por su ceguera. No vale la pena avisarles de nuevo. Escucharán, como siempre lo hicieron; no son sordos, sino soberbiamente incrédulos.


Una de parcas

Hacía mucho calor. Sin embargo, no podía dejar de correr. El pullover de hilo que había estrenado esa mañana se me pegaba al cuerpo sin dejar siquiera un espacio sobre mi piel por donde el sudor se escurriera. Estaba tejido a mano y a medida, tal como rezaban las recomendaciones, por la más hábil especialista.
Llegué a su casa y toqué el timbre. Me respondió la indiferencia del silencio. Sacudí con violencia la puerta. Sin otra alternativa, se abrió dejándome pasar al vestíbulo en sombras, donde ella tejía sin cesar y sin levantar la mirada.
- Me ahogo – le grité – ¡ este saco está maldito!
Sus ojos pardos atravesaron los míos.
- Yo sólo hilo, la prenda sobre tu cuerpo, es asunto tuyo.