lunes, 26 de diciembre de 2011

como de espuma...

El médico puso su mano sobre el hombro de Mercedes. La presión de sus dedos apenas rozó el anticipo de las palabras que escogería cuidadosamente para confirmarle que el bebé se había desprendido. Bastó la mirada.
Ella contuvo las lágrimas mientras escuchaba la voz tierna que le hablaba de tiempos, de esperanzas, de oportunidades, de tratamientos, de…tantas cosas que no le importaba ahora entender y menos, retener en la memoria.
Las manos se tendieron con calidez, y la puerta se cerró sugiriendo una próxima visita dentro de un tiempo prudencial.
Mercedes atravesó la sala de espera sin apartar los ojos del piso, el rabillo se distraía con vientres gozosamente vivos.
La calle vespertina la invitó a caminar entre sus luces. Llevó la mano sobre su cuerpo, le pareció vacío.
Se detuvo ante una vidriera. Blancos inmaculados y esponjosos, rosas tenues y mullidos, celestes espumosos, tonos de una inocente paleta de colores pasteles se debatían en una sinfonía de batitas, mantas, escarpines, baberos, caricias que se le escapaban de las manos por un designio incomprensible.

martes, 20 de diciembre de 2011

El nombre de la cámara

Cuando la tibieza de los cuerpos desnudos gritó por última vez en la oscuridad, fue el momento que la historia se cobró para desenterrar la miseria humana y proclamar la bestialidad del punto más alto de la escala biológica.
Allí, exactamente en aquel lejano lugar donde la conmoción universal se unió en un llanto doloroso y cruel, se ven hoy las flores silvestres que la tierra generó sobre los huesos de las muertes insensatas.
Un nombre colgaba de un cuadro que mis abuelos sostenían en la pared de entrada de su casa como si fuera la marca o el escudo de honor de una familia real. La curiosidad me llevó a cientos de archivos, recovecos funestos de mil historias sin nombre para la historia de los libros autorizados, nombres inolvidables en los corazones de hijos, nietos, sobrinos, o simplemente conocidos. Nombres innombrables en el salvajismo de la intolerancia y la soberbia.
Y fue entonces cuando las barbaridades comentadas en alguna que otra clase de historia mientras cursaba la secundaria, o registradas en las páginas de un libro morbosamente ilustrado, o plasmadas en la pantalla como el relato de lo que pareciera la locura de un cineasta desquiciado, cobraron una presencia tan real como indeleble en la sangre que me recorre. Porque un cuerpo que es parte del mío se quemó con otros miles después del grito en las cámaras oscuras. Porque por mis venas corre la vida denigrada. Porque uno de aquellos cuerpos tibios es parte de mi piel, hoy apenas marchita.
No pude menos que viajar. Necesitaba pisar la tierra que durante tantos años fue parte de mi historia y me fue ocultada. No me corresponde preguntar porque.
Si bien el traslado duró horas, no hubo tiempo suficiente (ni lo habrá jamás) que lograra preparar los ojos, los oídos, el corazón, el cuerpo para entrar y ser parte de esta memoria.
Mientras recorría el paisaje junto a otros que, como yo, tragaban un silencio estremecedor, mis ojos se detuvieron en un par de flores silvestres que salpicaban con un color intenso nuestras grises emociones. Me pregunté si sus raíces bebían de su sangre e impulsivamente la corté.
Hoy, esa flor está entre las páginas del manuscrito de mis memorias., como un faro en el horizonte, como el resplandor en la tiniebla, como ese color que jamás perdió, porque sí, sus pétalos bebieron de su sangre, la que hoy está en mis venas, dignifico y venero.

El deseo y un destino

El silencio se prolongó hasta que no pudo romperse, quedando aquellas palabras como un corolario en la vida de quien muchos pensaban era un desgraciado, y que yo, sólo por haber estado un poco más de tiempo a su lado, pude comprender como el deseo generoso de un corazón herido.
Es cierto, deseó la muerte de quien lo había llevado a la suya, aunque no lo supiera (si bien ya es sabido que un portador es también una víctima y que padecer la enfermedad, solo es cuestión de tiempo.)
“Que la muerte se la lleve pronto” fue su último gesto de amor, necesariamente incomprendido. La adoró tanto que no quiso imaginar siquiera que pudiera sufrir nada de lo que él soportó en su agonía.
Deseó su muerte, y se la deseó serena.
Y tal vez, fue la fuerza de ese amor y ese deseo la que provocó el ataque cerebral que en apenas unos minutos la llevó con él para fundirse como una sombra eterna.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Despedida

La mañana no se decidía. La silueta de los cipreses resaltaba sobre un fondo celeste y casi al mismo tiempo los plátanos se recortaban sobre el acero tormentoso. Los responsos andaban atrasados, quizá el sacerdote aún no había llegado, se aglomeraban personas frente a las capillas, algunas enrojecidas por la tristeza, otras, sostenidas por el aburrimiento deseando que la espera se acortara y diera por finalizado el deber y la cortesía.
Los carros fúnebres parecían un cortejo múltiple interminable.
Caminé con las manos en la espalda y los ojos abiertos, también esperando. Los grupos se fueron intercalando entre los saludos. Mujeres bronceadas, vestidas con colores claros, destacadamete rubias, pisando la misma vereda incierta que la muchacha de pies morenos enfundados en sandalias de cuerina, con la piel surcada por un trabajo a cielo abierto, hombres de traje, hombres de saco, hombres de campera, hombres aferrados a una manija que insiste en dejarlos.
Los nombres en los coches hablan de personas mayores, abuelas o abuelos, nombres que hoy son apenas recordados, otros, más modernos, se negarán al olvido de un inconsolable hermano, padre o sencillamente, un amigo.
Las capillas se alinean dando paso a los féretros, anónimos y lustrosos, algunos más, otros menos…se escuchan palabras similares de reflexión y de consuelo, un texto bíblico, algunas lágrimas se hacen oir, otras se derraman casi sin tocarse.
Nos acompañamos en el último trecho, compartiendo las pisadas, mucho más de lo que caminamos juntos en vida, y las preguntas compiten por un arrepentimiento y varias promesas.
El sol se asoma, la mañana se asienta. Suena la tierra golpeando la madera, los cuerpos tibios se acarician y dicen cosas…
¿Cuándo volveremos?
La salida nos despide, las calles nos trasladan, se adormecen las palabras, se olvidan las promesas y atrás, quedan las cruces a la espera…