martes, 20 de diciembre de 2011

El nombre de la cámara

Cuando la tibieza de los cuerpos desnudos gritó por última vez en la oscuridad, fue el momento que la historia se cobró para desenterrar la miseria humana y proclamar la bestialidad del punto más alto de la escala biológica.
Allí, exactamente en aquel lejano lugar donde la conmoción universal se unió en un llanto doloroso y cruel, se ven hoy las flores silvestres que la tierra generó sobre los huesos de las muertes insensatas.
Un nombre colgaba de un cuadro que mis abuelos sostenían en la pared de entrada de su casa como si fuera la marca o el escudo de honor de una familia real. La curiosidad me llevó a cientos de archivos, recovecos funestos de mil historias sin nombre para la historia de los libros autorizados, nombres inolvidables en los corazones de hijos, nietos, sobrinos, o simplemente conocidos. Nombres innombrables en el salvajismo de la intolerancia y la soberbia.
Y fue entonces cuando las barbaridades comentadas en alguna que otra clase de historia mientras cursaba la secundaria, o registradas en las páginas de un libro morbosamente ilustrado, o plasmadas en la pantalla como el relato de lo que pareciera la locura de un cineasta desquiciado, cobraron una presencia tan real como indeleble en la sangre que me recorre. Porque un cuerpo que es parte del mío se quemó con otros miles después del grito en las cámaras oscuras. Porque por mis venas corre la vida denigrada. Porque uno de aquellos cuerpos tibios es parte de mi piel, hoy apenas marchita.
No pude menos que viajar. Necesitaba pisar la tierra que durante tantos años fue parte de mi historia y me fue ocultada. No me corresponde preguntar porque.
Si bien el traslado duró horas, no hubo tiempo suficiente (ni lo habrá jamás) que lograra preparar los ojos, los oídos, el corazón, el cuerpo para entrar y ser parte de esta memoria.
Mientras recorría el paisaje junto a otros que, como yo, tragaban un silencio estremecedor, mis ojos se detuvieron en un par de flores silvestres que salpicaban con un color intenso nuestras grises emociones. Me pregunté si sus raíces bebían de su sangre e impulsivamente la corté.
Hoy, esa flor está entre las páginas del manuscrito de mis memorias., como un faro en el horizonte, como el resplandor en la tiniebla, como ese color que jamás perdió, porque sí, sus pétalos bebieron de su sangre, la que hoy está en mis venas, dignifico y venero.

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