lunes, 24 de noviembre de 2008

El ayer del hoy

Desde hace mucho tiempo quedaron atrás las salidas al alba, los papeles sobre el escritorio, los atardeceres alimentados a puro cansancio.
La pipa y las pantuflas se hicieron amigos de los crucigramas y de las tardes inmensamente largas.
Los proyectos postergados se deshilvanaron en sus manos temblorosas cayendo detrás de sus piernas débiles. El horizonte perdió nitidez más allá de sus lentes.
Cuando aquel lejano viernes de julio se cerró la puerta, dejó afuera las miradas, las risas, las discusiones, los contactos que se llevaron, porque les fueron dados, incontables momentos. Tan distraído había estado que no pudo, o no quiso, guardar un rincón desde donde hoy se asomara una mirada, un brazo donde apoyarse, o quien le ayude con la palabra difícil.
La tormenta oscureció la ventana y trabó la puerta. Ya era tarde para salir, hoy, o mañana.
Dejó entonces que la penumbra se adueñase de las paredes, del diario, y de su alma.

Hombre necio

Es oquedad y abismo,

es vacío
en la riqueza.

Es desierto y sed,

aridez
en el océano.

Es ceniza y piedra,

yermas
en la pradera.

Raso,
nulo,

de un nombre,
el deshecho.

Pasar la noche

Atraviesa la noche
porque sabe de su finitud.

La claridad que la oculta
acomoda las piedras
para volver a transitarla
con sus miedos y ausencias.

El día se disfraza oscuro
a la hora que supone órden,
descanso,
quietud y calma,

sigilosa despierta
al afluente íntimo del caos.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Poesía: Mis ideas

son gemidos de moribundo,
indiferentes
al afán de la ansiedad
del corazón y de la tinta.

No hay espacio vacío
donde atrapar
el vago andar de la musa.

Las palabras mustias
como hojas muertas
se desvanecen en el albor
de la tierra llana
que no pierde su blancura.

Poesía: Llora el alma

Llora el alma
sin hora que la detenga,
ni sol que la encandile.

Llora
su manantial triste,
sin ojos que la vean
ni mano que la alcance.

Llora el alma,
sin pañuelo
ni transparencias.

Agonía que llora
muda,
en tus lágrimas
ciegas.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Cuento: El agua



El río desbordó con inesperado desenfreno. Hace tres días que se adueñó del caserío, sumergido en las aguas barrosas, y ya, malolientes.
Unos pocos lograron improvisar una balsa que impulsaban con las ramas emergentes de los árboles. Desde las ventanas y los techos, familias enteras señalaban su permanencia con faroles sucios o linternas viejas.
La balsa se acercaba a cada casa y a ninguna. Poco se podía hacer en este precario recorrido. Sólo escuchar y contar el número de personas atrapadas, como si saberlo fuera importante.
Aislados por el desastre, en un páramo que no tiene lugar ni en los mapas regionales, las aguas se unen en una paradoja que sólo resuelve la contención y la espera.
Hasta las lágrimas engrosan el caudal del cauce descontrolado. ¡Demasiada agua! Ironía de los gritos de los hombres sedientos y deshidratados en medio de una inútil abundancia.