lunes, 24 de noviembre de 2008

El ayer del hoy

Desde hace mucho tiempo quedaron atrás las salidas al alba, los papeles sobre el escritorio, los atardeceres alimentados a puro cansancio.
La pipa y las pantuflas se hicieron amigos de los crucigramas y de las tardes inmensamente largas.
Los proyectos postergados se deshilvanaron en sus manos temblorosas cayendo detrás de sus piernas débiles. El horizonte perdió nitidez más allá de sus lentes.
Cuando aquel lejano viernes de julio se cerró la puerta, dejó afuera las miradas, las risas, las discusiones, los contactos que se llevaron, porque les fueron dados, incontables momentos. Tan distraído había estado que no pudo, o no quiso, guardar un rincón desde donde hoy se asomara una mirada, un brazo donde apoyarse, o quien le ayude con la palabra difícil.
La tormenta oscureció la ventana y trabó la puerta. Ya era tarde para salir, hoy, o mañana.
Dejó entonces que la penumbra se adueñase de las paredes, del diario, y de su alma.

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