martes, 20 de diciembre de 2011

El deseo y un destino

El silencio se prolongó hasta que no pudo romperse, quedando aquellas palabras como un corolario en la vida de quien muchos pensaban era un desgraciado, y que yo, sólo por haber estado un poco más de tiempo a su lado, pude comprender como el deseo generoso de un corazón herido.
Es cierto, deseó la muerte de quien lo había llevado a la suya, aunque no lo supiera (si bien ya es sabido que un portador es también una víctima y que padecer la enfermedad, solo es cuestión de tiempo.)
“Que la muerte se la lleve pronto” fue su último gesto de amor, necesariamente incomprendido. La adoró tanto que no quiso imaginar siquiera que pudiera sufrir nada de lo que él soportó en su agonía.
Deseó su muerte, y se la deseó serena.
Y tal vez, fue la fuerza de ese amor y ese deseo la que provocó el ataque cerebral que en apenas unos minutos la llevó con él para fundirse como una sombra eterna.

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