sábado, 3 de diciembre de 2011

Despedida

La mañana no se decidía. La silueta de los cipreses resaltaba sobre un fondo celeste y casi al mismo tiempo los plátanos se recortaban sobre el acero tormentoso. Los responsos andaban atrasados, quizá el sacerdote aún no había llegado, se aglomeraban personas frente a las capillas, algunas enrojecidas por la tristeza, otras, sostenidas por el aburrimiento deseando que la espera se acortara y diera por finalizado el deber y la cortesía.
Los carros fúnebres parecían un cortejo múltiple interminable.
Caminé con las manos en la espalda y los ojos abiertos, también esperando. Los grupos se fueron intercalando entre los saludos. Mujeres bronceadas, vestidas con colores claros, destacadamete rubias, pisando la misma vereda incierta que la muchacha de pies morenos enfundados en sandalias de cuerina, con la piel surcada por un trabajo a cielo abierto, hombres de traje, hombres de saco, hombres de campera, hombres aferrados a una manija que insiste en dejarlos.
Los nombres en los coches hablan de personas mayores, abuelas o abuelos, nombres que hoy son apenas recordados, otros, más modernos, se negarán al olvido de un inconsolable hermano, padre o sencillamente, un amigo.
Las capillas se alinean dando paso a los féretros, anónimos y lustrosos, algunos más, otros menos…se escuchan palabras similares de reflexión y de consuelo, un texto bíblico, algunas lágrimas se hacen oir, otras se derraman casi sin tocarse.
Nos acompañamos en el último trecho, compartiendo las pisadas, mucho más de lo que caminamos juntos en vida, y las preguntas compiten por un arrepentimiento y varias promesas.
El sol se asoma, la mañana se asienta. Suena la tierra golpeando la madera, los cuerpos tibios se acarician y dicen cosas…
¿Cuándo volveremos?
La salida nos despide, las calles nos trasladan, se adormecen las palabras, se olvidan las promesas y atrás, quedan las cruces a la espera…

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