viernes, 24 de abril de 2009

Uno, dos...tres

Cuando Celia cerró con fastidio la puerta, Carlos comprendió la violencia de inútiles intolerancias. Se le clavaron en la piel los reproches que, ahogados en las tazas del desayuno o adormecidos bajo las sábanas, ahora rebotan en las paredes sacudidos por el portazo.
Cuando ella cerró la puerta, Carlos se dió cuenta que Celia había comprendido. La realidad puede ser un fantasma, el fantasma tener nombre, y el nombre un cuerpo, que no es el de ella.

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