lunes, 24 de octubre de 2011

Recuerdos

La economía del país toma otra vez su filosa guadaña y sesga los jóvenes sueños. Escucho con octogenaria mansedumbre la decisión de mis nietos. Partirán a sembrar sus quimeras en tierras que prometen fertilidad y cosecha. Se despiden con el abrazo cargado de anhelos y el silencio se hace dueño de mis recuerdos.

Sesenta años me separan de aquel mar que atravesara en pos de una vida de esfuerzo y de progreso. La memoria vuelve a las calles empedradas de aquel pueblo, sombrías y húmedas, empapadas de la miseria que sólo pisa el extranjero.

Allá fui con la promesa a barrer la mugre de los que la hacen pero no quieren recogerla, a curvar la espalda bajo cargas ajenas, a llorar cansancios en una pensión oscura y maloliente.

Los años yermos me trajeron de regreso con el alma tan vacía como el vientre y la boca tan seca como la aridez de la arena.

Volví con los harapos del hambre recostados en el bolso, aquel que partiera rebosante de milagros, ahora escondido en la sordidez de un navío sin escrúpulos donde el sonido de los pistones embadurnados de aceites y combustible se escurría en la oscuridad bajo una sábana sucia, único límite entre mi piel y los dientes de las ratas dueñas de los caños y pasillos.

El agua contaminada del puerto de mi tierra fue la madre que me abrazó al retornar a su seno. Ahora, descanso en su regazo.

Miro las espaldas que se marchan a través de la ventana, no tengo palabras para ellos, que aún no tienen recuerdos que olvidar, ni memorias que elegir.

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