martes, 4 de septiembre de 2012

Relato de una fantasía


De la mesa de la taberna me fui para el camino. La tierra roja, seca como el vientre donde mi hambre habita, se alarga más allá de lo que mis ojos perciben.
El sol no se ve, pero se adivina en el cielo límpido, el color vivaz de los ladrillos y mi sed.
Busco nuevamente la sombra bajo el techo que nadie conoce. Me arrimo a las ventanas cerradas, sin que haya posibilidad de abrirlas, como la puerta, hábilmente escondida tras los trazos firmes de una pared desnuda.
Espío por entre las persianas. Veo las tazas blancas en las que sirven té caliente con torta tibia. Parece que allí hace frío. Hablan, no escucho. Ellos saben donde estoy si supieran que existo, no se si pueden ver o adivinar siquiera mi sombra, aunque soy tan real como las letras que escriben.
La tarde les roba la luz que necesitan. Encienden la lámpara que cuelga metros más allá. Vuelvo la cabeza a mi pago. Aquí el cielo celeste y la claridad no se intiman, los retiene la certeza que anida en este paraje inmóvil, tan cálido, tan frío.
Hartos mis ojos de este día interminable, los labios áridos como la tierra que sólo yo piso, mañana, cuando se acerquen a quitar el polvo, me cuelgo del plumero y me bajo del cuadro. 

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