Nunca supimos
como pasó, lo cierto es que la duda nos marcó para siempre.
La memoria se
nos hace borrosa y nos juega sucio cuando queremos armar y dar sentido lógico a
una genealogía inexistente. Cada uno recuerda cuando algún otro quería jugar
con el mismo trapo, otro que en el día anterior no se había sentado a la mesa,
ni siquiera había dormido…un otro que sencillamente, ahora convivía, sin saber
cómo había aparecido. Ella, en cambio, desde siempre permanecía, cada noche,
cada madrugada.
No encontramos
rastros de adopción, ni papeles que señalaran nuestro origen, solo las huellas
en los muros descascarados por la pobreza de un conjunto numeroso de personas que
aparentaba constituir una familia.
Así como
entramos alguna vez, de la misma forma nos fuimos yendo, sin preguntas, sin
palabras, sin destino. Y las camas iban quedando vacías, los cuartos encogidos,
sin memorias, sin principios. Ella, como aquellos días, se hizo parte del
olvido.
El nombre
impreso nos avisó de su muerte y nos trajo de vuelta, por distintos caminos. Ni
las miradas que cruzamos ni el silencio de nuestras vidas pudo darle sentido a
tanto vacío. Como saber quienes podemos ser si ni siquiera sabemos quienes
fuimos.
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