martes, 26 de marzo de 2013

Leo el memorandum


En pocas palabras se esconde un solo significado, el rumbo se esfuma. Tengo palpitaciones, la sangre navega con ritmo inusual, algo así como si el corazón tosiera levemente. Quiero llevar mi cuerpo a un lugar donde se serene. Cierro los párpados, impregno mis ojos, ciegos, con el tono azulado del mar. Un cielo imaginario se mimetiza en el horizonte con las aguas tan frías como lejanas a cualquier costa.
El manso devenir de las olas acaricia mi incertidumbre y ondula la superficie de mi desesperación. Ahora, el corazón late al compás de la quietud y la calma. Lo percibo sin siquiera hacer algún esfuerzo que impida hundirme. Las aguas me sostienen.
Escucho apenas las campanas del reloj vigilante del entorno. La brisa empuja con brazos limpios al tiempo y me deja en paz, sonriendo.
En este punto de alta mar extravío las sandalias que calzaban mis pies agotados, el papel estrujado de rabia cae sin despedirse de mis manos crispadas, y el sudor de mi piel tensa es arrancado por las gotas negras y frías del mar.
¿Por qué no quedarme aquí para siempre? ¿Cómo llegar desde el pensamiento hasta la barca que me abandone?
Quizá con el memorandum que pronuncia en silencio mi infortunio pueda construir, como cuando era niño, el bote que me traiga y me deje aquí, lejos de todo, rodeado de paz. Y olvidar, para siempre, que fui despedido.

No hay comentarios: