miércoles, 21 de abril de 2010

Día tras día

El aire estaba tan quieto como él. Por eso ella tuvo que andar en puntas de pie. Para no despertarlo.
Movió la puerta con la misma suavidad con que se acaricia un niño y agradeció que las bisagras no chillaran.
Salió de la habitación y recién entonces se permitió un suspiro. La luz del sol que entraba por la ventana le hizo entornar los párpados.
Como un saludo, escuchó un escandaloso canto de chicharras imposible de acallar en esta tarde de cielo azul.
Quedó inmóvil en la sala. ¿Se habrá despertado? La cama no emitió ningún quejido, entonces, ni se había dado vuelta.
Relajada, fue hacia el aparador, abrió una de las puertas y sacó la botellita disimulada detrás de las copas de licor. Vertió unas gotas apenas en la taza de loza azul, lo acostumbrado. Volvió a guardarla y fue a la cocina a calentar agua en la pava.
Dispuso en la bandeja el mate y la bombilla para ella, y el café para él, con el azúcar al lado de la taza, como siempre.
Abrió la puerta del dormitorio y no le importó el chirrido de las bisagras. Lo llamó. Una vez, otra.
Un tanto sorprendida le movió los hombros. El, estaba tan quieto como el aire. Lo dejó así.
Fue al aparador, buscó la botellita disimulada tras las copas de licor, y la arrojó a la basura junto con la taza. Ya no eran necesarias.

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