sábado, 17 de abril de 2010

Fue a orillas del mar...

Sentada frente a la ventana, con las manos temblando bajo la manta, dejó que la tormenta agitara sus recuerdos tanto como el viento enardecía las olas que devoraban la costa. La playa se veía gris.
Se estremeció al sentir la arena tibia jugar en su espalda y el agua fría enredarse en sus piernas extendidas en aquel atardecer recostado para siempre en su memoria. Como si el sol se pusiera hoy, dejó que la sonrisa se escapara.
El cielo había coqueteado con los colores pincelados por la complicidad del fuego que los acompañara aquella tarde, y tantas otras.
Con la mirada dibujando ayer entre las sombras, asintió con la cabeza… esta agua inmensa, sumergida más allá del horizonte, fue testigo de su entrega cuando la magia acunó el milagro.
Se dejó llevar por un viaje vertiginoso hacia las sensaciones que aún sacudían su piel de arcilla, esa explosión que inundó su vientre como el mar que se llevó un secreto atado a un hilo de sangre.
Y ella, como él, callados y en silencio, se fueron haciendo viejos.

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