domingo, 13 de mayo de 2012

Naufragio

El frío es soportable, puedo dar patadas en el agua, es lo único que se me ocurre para mantenerme a flote. El horizonte está devorando al sol sin piedad y mis ojos, más humedos que lo habitual, no logran distinguir si las lejanas líneas oscuras son arenas blancas de una playa o la cinta que señala el luto de las aguas ante la muerte del día. El resto es una onda gigante que se desplaza interminable. La escasa madera del bote, que disimuló con honor sus heridas, estará ahora sacudiendo la impávida tierra del fondo, unos cuantos metros por debajo de mis pies. La extraño, como se lamenta la pérdida de cualquier sostén, aquello que nos evita la deriva.
La noche es rápida en venir, y sigilosa se alarga bajo las estrellas. Me abandono ante el majestuoso cielo que el sol se empeña en ocultar.
Muevo los brazos con la mínima lentitud que le permite a las aguas sostener mi espalda ingrávida. Los pies acompañan.
Me dejo llenar por lo que jamás había visto o sentido.
Las olas juegan con la inercia de mi cuerpo y lo llevan donde quieren. Confío.
En el puerto supongo hablan del naufragio de un bote, adivino linternas sumergidas, luces inútiles.
Náufrago...me asusta la palabra. El miedo toma forma y me desequilibra. Pierdo la confianza y comprendo. Sólo si me pienso náufrago, me ahogo.

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