viernes, 25 de mayo de 2012

Señales


En la penumbra, una lágrima sostiene el atardecer y la sangre comprime el último gemido del temor. Resalta en el césped un ángel amarillo, coronado con el tejido de quien lo supo distinguir.
Camino en el gris adverso de la duda, y sólo por un instante, él se acerca y me mira con esos ojos que no entiendo, pero que cantan hundidos en las ramas de mis tardes, o besando la mañana que, curiosa, se refleja en los árboles que señalan mi ventana.
La cita es allí donde la sombra es verde y el agua clara. Los testigos andan con su certeza pincelada en tonos marrones, algunos naranjas. Entre las sombras, la rosa se destaca vestida de rojo, su hermana, de piel aterciopelada, le sonríe, cómplice de las que crecen  tan tersas como rosadas.
Ninguna de ellas me habla, ni percibo si beben del agua de mi tierra. Pero en sus pétalos, que se ofrecen múltiples y sedosos, con la ternura de una madre y la simplicidad de una semilla que supo ser, me abandono en quien me obsequia esta maravilla sin pedirlo.
Detrás del gris de la llovizna, la serenidad pronuncia mi nombre.

No hay comentarios: