viernes, 20 de enero de 2012

Dos de enero

Dos de enero. La heladera está llena de platitos con algunos granos de arroz y arvejas descoloridas, unas migas de pollo y alguna que otra feta de carne de cerdo precocido. Todo ello dando la bienvenida a la primera mañana tranquila de este año que, si es sumiso y obediente, nos llenará de gloria, éxitos, dinero y buenas compañías desde su primera hora hasta exhalar el póstumo segundo. Pues nadie puede desoír los millones de deseos, sinceros o no, pronunciados en apenas veinticuatro horas a lo largo y ancho de un planeta burbujeante y luminoso.
Cierro la puerta del refrigerador y busco en la alacena la yerba, el mate, el termo (nuevo, romántico, de fondo blanco salpicado con flores silvestres y alegres – regalo navideño de alguien que me conoce bien y no se anda con divagues -). Dispongo el agua caliente y me voy para el jardín. El cielo brilla sobre mi cabeza luciendo con alarde un celeste rotundo. Desde la reposera, y con la bombilla tibia, abandonada sobre el labio inferior, dejo que los pensamientos me elijan.
Los recuerdos más cercanos dibujan sonrisas en mis párpados entornados, pequeñas anécdotas de las últimas celebraciones, encuentros felices y esperados por casi un año, maravillas de los ritos y ceremonias establecidas e indiscutibles. El paladar se regodea con sabores repetidos casi ancestralmente haciendo honor a la familia cuyos miembros, tal vez, se palmeen la espalda unos a otros cada trescientos sesenta y cinco días según el calendario que nos gobierna.
La mente se aburre – será porque no encuentra nada nuevo en este registro conciente de lo que acontece en las sucesivas “fiestas” – , se pierde unos segundos en un mar lechoso de ausencia e irrumpe con un recuento de lo vivido que nadie le solicitó, y menos aún, en esta tarde apacible. Dicen que los pensamientos se dominan…hay mucho nuevo – o no tanto, quizá novedoso para mí - escrito al respecto, incluso conferencias publicadas en internet que hablan de transformaciones profundas cuando se los logra dominar positivamente; pero los míos son caprichosos, o mi voluntad demasiado frágil, porque aún me dominan. Es decir, la mente se empecinó en calcularme la edad, y dibujar una torta estadística coloreada mostrando porcentajes de lo obtenido, logrado, superado, y lo no alcanzado, proyectos inconclusos, fracasos y abandonos. Estos últimos, en alarmante color rojo, hacían de la torta casi un postre de frutillas. Quise abandonar la imagen. Abrí desmesuradamente los ojos como para devorar el verde escandaloso de los árboles en verano. Y así fue, la torta ahora mostraba una vasta zona verde que no había modificado valores, solo mudó tonalidades. La tristeza y la decepción aguardaban impacientes en el portal de mis sentimientos – vamos, si estaba todo tan claro, que entren nomás -.
La lágrima se abrió paso entre las pestañas y se sumergió en la mirada. Fue entonces cuando los zorzales se debatieron en un coro prolongado y festivo. Apunté los ojos para percibirlos, tras una nebulosa de angustia que se fue derribando al compás de las notas sostenidas, hasta que pude sonreír frente a la nitidez de los pechos naranjas hinchados del instante.
Me reí del presente atrapado sólo por una palabra, se desgranaron los porcientos…y jugué con los segundos sin nombrarlos ni retenerlos.
Por primera vez, creo, percibí la vida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gusto!'
Santi