Lloró sobre la
tumba abandonada, cobijo de hojarasca que el otoño acumula en sus brazos.
Derramó su deseo consumido por el abandono. Mientras él vivió, un simple y
fugaz cruce alimentaba una noche de desvelo, imágenes de un día soñado, con sus
encajes y aromas, su perfume a lavanda, y una piel supuesta suave añorando la
calidez de su mano esquiva.
Mientras vivió
no hubo llanto, solo un trozo de pañuelo estrujado por el alma del amante que
busca ser amado.
Mientras vivió,
ella no supo de ternuras abrigando la desnudez de su entrega, devorada por la
esperanza que se excusa.
Corrió las hojas
secas, y sobre el viejo y pulido mármol dibujó una a una las noches y los días
en que lo amó, una a una se fueron delineando en su rostro, marcando la
desesperanza y el arrebato de una vida consumida por el deseo, la adoración a
un hombre que yace bajo el frío otoño. Se arremolinaron las hojas y el viento
las llevó a otra tumba.
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