miércoles, 26 de agosto de 2009

El peluche

El cielo, dueño de la oscuridad, vio al lucero resplandecer con un brillo intenso.
Los ojos de aquel niño se encendieron al ver la oportunidad de pedirle a esa estrella de los deseos que su amigo de peluche cobrara vida. Lo apretó con fuerza contra el pecho para sentir los primeros latidos de su oso, que nunca había comido, por eso era tan chiquito.
Murmuró las palabras con la esperanza de una certeza y sintió humedad en su remera.
Al separar los brazos, sus labios se abrieron tanto como su alegría. Su amigo lo miraba con ojos nuevos y el paño, tibio, temblaba bajo su piel
Lo nombró con la cadencia de quien se sabe escuchado y por primera vez, conoció el sonido de los osos.
Las palabras corrieron con timidez por el hocico húmedo y novato.
Sin premura, pidió al niño que revirtiera su deseo en tanto una lágrima jugaba en su mejilla.
Con cierta melancolía y mucha atención, el niño fue comprendiendo uno a uno los motivos que el oso le explicara. Su cuerpo crecería hasta tal altura que ya no podría ser abrazado, ni tampoco cabría debajo de las sábanas; le sería difícil permanecer en la mochila al aventurarse a la casa de un amigo o a asolearse en la plaza. ¿Cómo haría para sentarse en la silla mientras él hiciera las tareas del colegio? Le explicó con dulzura que el tiempo pasaría para ambos, y que deseaba que su piel de felpa, con las manchas dibujadas por las travesuras y tiempos compartidos, pudiera descansar en una caja hasta que algún día, él quisiera recordar y revivirlos, y tal vez, volver a abrazarlo.
Fue entonces cuando aquel niño, habiendo cerrado los ojos, lo rodeó con sus brazos como nunca antes.
El cielo, dueño de la oscuridad, vio al lucero resplandecer con un brillo intenso, tan intenso como el de esta noche, en que aquel niño acomoda un oso de peluche bajo la cobija de la cama de su nieto.

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