miércoles, 26 de agosto de 2009

Recuerdos

La economía del país tomó otra vez su filosa guadaña y sesga los jóvenes sueños. Escucho con octogenaria mansedumbre la decisión de mis nietos. Partirán a sembrar sus quimeras en tierras que prometen fertilidad y cosecha. Se despiden con el abrazo cargado de anhelos y el silencio se hace dueño de mis recuerdos.
Sesenta años me separan de aquel mar que atravesara en pos de una vida de esfuerzo y de progreso. La memoria vuelve a las calles empedradas de aquel pueblo, sombrías y húmedas, empapadas de la miseria que sólo pisa el extranjero.
Allá fui con la promesa a barrer la mugre de los que la hacen pero no quieren recogerla, a curvar la espalda bajo cargas ajenas, a llorar cansancios en una pensión oscura y maloliente.
Los años yermos me trajeron de regreso con el alma tan vacía como el vientre y la boca tan seca como el quiebre de un sueño.
Volví con los harapos del hambre recostados en el bolso que partiera rebosante de milagros escondido en la sordidez de una nave petrolera bajo el mando de un capitán sin escrúpulos, donde el sonido de los pistones embadurnados con el olor a aceites y combustible, se abría paso en la oscuridad bajo una sábana sucia, único límite entre mi piel y los dientes de las ratas dueñas de los caños y pasillos.
El agua contaminada del puerto fue la madre que me abrazó al retornar a su seno. No tengo palabras para ellos, para los que aún no tienen recuerdos que olvidar, ni memorias para los sueños.

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