Así sucedió. La
cintura se fue agrandando sin estar encinta. No hubo mapa que la contuviera en
estos últimos años. Se atragantó de inmigrantes y de pobreza. Se vistió de
chapas y cartones, dejando los ladrillos como coraza de un corazón cada vez más
pequeño. Algunos especialistas de turno debatieron para encontrar un método que
frenara su espíritu expansivo. De alguna forma se arreglaron para evitarle agua
y caminos, como si no les importaran esos brazos que permanecen abiertos aún
desbordados.
A medida que los
límites caían vencidos, la solidez tomaba forma y otras chapas se alzaban en
los bordes nuevos, cubriendo la tierra,
alimentándose de futuras siembras.
Así ocurrió. La
ciudad ahora es una y única, como el hambre que la habita
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