sábado, 3 de noviembre de 2012

Sin palabras


Se quitó el sombrero convencido de no volver a aceptar este tipo de invitaciones. El gabán estaba tan empapado y con arrugas como él. Lo colgó en el perchero y las grietas que surcaban la comisura de sus labios se vieron reflejadas en el espejo.
Una vez que se quitó los zapatos, encendió la luz y un cigarrillo. Se abandonó en el butacón. No estaba cansado, más bien harto y aburrido.
El humo lo llevó de viaje a las cientos de conferencias, exposiciones, charlas y convenciones de las que había sido parte. Palabras, discursos, más palabras. Aplausos, reconocimientos, apretones de mano, miradas admiradas y finalmente, más palabras.
No pudo dejar de sonreír ante el vacío tan completo del silencio, éste, tan actual como propio y verdadero. Aquí el oxígeno sólo tropieza con manuscritos, libros, borradores y consultas efímeras en anotaciones marginales. Si ni siquiera el aire necesita vibrar, porque no ha de llegar a ninguna parte. Así también el timbre del teléfono, dispuesto sólo para urgencias, completando este silencio tan lleno de mensajes perdurables, porque no se mueven, gestuales, porque no se dicen, y ausentes.
Supo desde siempre, que todo aquello que predicaba desde los púlpitos y explicaba en escenarios académicos, sólo eran palabras, palabras que decían de las ideas, palabras que hablaban sobre los sentimientos, palabras muertas en el instante en que nacían. ¿Donde quedaban? ¿Es la palabra el dibujo de la idea? ¿Es la idea el sentido de la palabra? Se habla de amor y de caricia, de abrazo y de ternura, de piel…y la suya, olvidada de la tibieza entre miles de palabras. Decidió entonces prescindir de los vocablos y atragantarse con los pensamientos. Decidió callar y esperar que su mano, alguna vez, se sintiera acariciada.

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