miércoles, 9 de octubre de 2013

Amor en letras

Otra vez se hizo de noche. La luz se detuvo señalando el teclado de la computadora. Los dedos apoyados entre la “a” y la “ñ” continúan inmóviles. La protagonista sigue esperando. ¿Debía correr hacia la izquierda?   ¿Permanecería estática y temerosa? ¿La salvaría un transeúnte ocasional?  Desde el mediodía que está con la cabeza mirando hacia atrás, cuando el autor decidió que ella percibiera a sus perseguidores. Ya le duele el cuello, y el sol que no avanza en este párrafo inconcluso le hace sudar la nuca. Con el rabillo del ojo espía hacia afuera. Ve la mano del escritor quieta. Le grita, pero las letras no le hacen caso y así como estaban, quedan.
 – Despabilate! protesta otra vez con voz inaudible para todo aquel que está fuera de escena. Nada cambia, ni la luz de la lámpara, ni el silencio, ni la inmovilidad de los dedos. Entonces, toma la decisión, arrancándose una a una las letras, borrando de su piel cada trazo, partida de dolor y aferrada a una convicción atraviesa la pantalla.
-          ¿Qué hiciste? - exclama el escritor frente a la silueta que lo encara.
Ella lo mira un poco sorprendida. Se lo había imaginado tan distinto. No tiene el pelo cano como suponía, y la mirada tan verde la cautiva. No es joven, parece tener la edad en que los surcos se esbozan y nos invitan a ser recorridos. Ella le toca el cabello oscuro y la suavidad ondula entre sus dedos.
-          ¿Que haces? – él murmulla sin retirar la cabeza.
No sabe cómo responderle. Apenas le dice: “Estaba esperándote”.
El entonces recuerda que le dolía imaginar que la atacaran, o la lastimaran, o que aquel que podía llegar a salvarla, a quien todos creían un hombre honesto y gentil, bien sabía él que era un asesino. Los demás, los de adentro y los de afuera de las páginas, lo sabrían unas líneas antes del epílogo.
Pero cómo explicarle a ella, tan frágil, tan tierna, tan sí misma.
-          Te estaba esperando mientras me perseguían. Estaba cansada. – le explicó ella, y tan ligera como un suspiro se acomodó en el regazo de él. Ambos quedaron con el rostro iluminado por la luz fría de la pantalla.
-          No quería verte sufrir. No soportaba la idea de que te lastimaran – comenzó a justificarse.
-          Entonces hubieras evitado la persecución y el arrebato –interrumpió ella con cierto tono de evidente conclusión.
-          No podría vivir – susurró él con la barbilla sumergida en la oscuridad del cuello.
-          ¿Qué decís? -
-           Si no hay violencia,- prosiguió con tristeza -  la novela no se vende, si no se toca cierto grado de atrocidad, los editores no encuentran negocio, y yo, necesito vivir.
Con los ojos tan finos como un papel de seda, ella vio bajar sin detenerse dos lágrimas de impotencia.
-          Te quiero tanto – susurró él sin detener el llanto.
Ella se incorporó. Con las manos le secó las mejillas. Y no dudó. Atravesó desgarrada otra vez la pantalla. La tinta punzaba cada uno de sus poros y los hacía herida.
Ella volvió a mirar a sus perseguidores. Supuso los dedos inmóviles. Dio media vuelta y dejó que la atacaran con violencia, para que él viviera.



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