sábado, 11 de octubre de 2008

Cuento: La tierra ajena

Guido saludó a la madrugada. Los potreros anuncian un día de trabajo y la yegua, fiel a la monotonía, aguarda la montura para iniciar el recorrido.
Laura llamó a su esposo para desayunar mate amargo y masticar galleta dura. Demasiado callado el Guido, pensó.
- ¿ Te anda pasando algo? – preguntó
- Ajá – fue casi una afirmación soslayada.
Como si lo pensara un poco más, asomándose a la ventana agregó:
- Escuché hablar a los patrones. Parece que han de vender las tierras.
Sin más palabras, salió a dar luz al día.
Luisa quedó con la pava en la mano. Tres generaciones habían pisado este suelo, sembrado y cosechado, aguantando aguaceros y sequías. Ella misma había obsequiado tortas fritas a los hijos, los hijos de los hijos y los nietos. A lo largo de los años había rumiado los cambios. El campo ya no era el mismo, no. La renta se adueñó del sostén de la tierra. Las pérdidas no esperaban tiempos de otras cosechas.
Le costaba aceptar que la escasez se alimentara de un despido, del abandono de la tierra que ensució sus manos levantando trigo para amasar el pan de sus hijos. Se le nubló la vista. Con el delantal enjugó sus lágrimas.
Guido acarició la yegua antes de ensillarla. La mirada eternamente triste del animal se hermanó con su congoja, como si fuera la víspera de una despedida.
Recorrió uno a uno los potreros grabando en su memoria cada horizonte que perdería de vista.
Esa noche, Laura y Guido cenaron en silencio. Los sonidos del campo oscuro hablaron por ellos. Todos, parecían de acuerdo.
Se abrazaron en la cama de hierro como cuando gestaron a sus hijos, y, antes que una firma les arrebatara el destino, bebieron juntos de la hierba.
El dolor agudizó su abrazo, retorcieron sus manos y se besaron con su póstumo aliento.
La tierra ajena tan amada se apropió de ellos en silencio, mientras la luna aún no se había desvestido.

1 comentario:

CPVazquez dijo...

Impresionante!!!!
Te felicito, porque la realidad con la que sostenés tu relato es hermosamente delicada y cruel.
Un abrazo apretado, Carmen V.