martes, 7 de octubre de 2008

Cuento: La visita



Cada vez que Myriam la ve entrar, evita mirarla. Ella se acerca y siento que le toma la mano, aunque no la veo.
Callada, la viene a buscar. Myriam mueve la boca, pareciera estar hablando con ella como si fuera su mejor amiga.
Sin embargo, la evalúa con desconfianza. La conoce bien, aunque nunca la dejó estrechar fuertes lazos. Al rato cierra los ojos como diciéndole que no la moleste.
Ella se retira. Myriam vuelve a abrirlos. Sabe que se fue. Al verme, entorna nuevamente los párpados. Me pregunto si tengo algún parecido con ella. Espero que no.
Estamos solas .
De repente la vemos entrar otra vez. Ni Myriam ni yo resistimos su insistente visita, así que pedimos ayuda para echarla. Lo logramos.
Vuelve sin siquiera mover la puerta. Persiste a pesar de que tantas veces le hemos pedido que se fuera. Le clavé la mirada, ahora despectiva, ya me tiene cansada. Sostiene sus ojos en los míos y percibo que acaricia la cabeza agotada de Myriam. Por fin sale de la habitación con apuro, como si alguien la estuviera esperando en otra parte. Para nosotras fue un alivio.
La tarde oscureció tranquila. Dormitamos juntas, la mano de Myriam entre las mías. Las cortinas abrigan la noche. Myriam despierta y sonríe. Hablamos un poco.
Ella entra de nuevo, sigilosa como siempre y más apurada que nunca. Myriam se incorpora y la mira de frente con los ojos bien abiertos. Ella se planta soberbia a los pies de la cama. La escucho decir con voz invencible: “Levantate, Myriam. Nos vamos.”
Myriam ni siquiera se calzó. Tampoco me miró. Se fueron juntas, veo sus espaldas mientras los ojos de Myriam se hunden para siempre sobre la almohada blanca. Me dejó su aliento, y una mano tibia colgando entre las mías.

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