domingo, 5 de octubre de 2008

Cuento: El velorio

EL VELORIO

“Ni siquiera pusieron un par de velas. Ya sé que Luis y su mujer regordeta son amarretes, pero hoy…”
La tía Margarita lucía pálida, envuelta en puntilla barata y blanca. El neón celeste que rodeaba al Cristo en el cual nunca había creído, le daba cierto tono violáceo nacarado a su piel cerosa y traslúcida. Tenía los párpados cerrados y sus manos plácidamente cruzadas sobre una margarita, donación del panadero del barrio.
“Mi hermana se podría haber arreglado un poco. Se la pasa acomodándome el pelo cada quince segundos y ella ni siquiera se pasó el cepillo en esa maraña de hilos grises. Me acaricia la frente de tal forma que en cualquier momento va a quebrar mi frágil piel dejándome el hueso a la vista. Si nunca me dio una palmadita en el hombro, ¿a qué viene este manoseo tardío?”
Margarita percibe un revuelo cerca de la puerta.
“ ¡Ay, no! ¡Mirá quien llegó! El cuñado, el importante de la familia. Por tener auto en la puerta, traje gris multiuso y zapato negro acordonado, juega al empresario, dueño de un local de loterías varias, quinielas y sabe Dios qué tramposas fantasías. Adulado por todos, no es capaz de servirte un café, un vermucito o un triste mate cuando pasás por su casa de visita….¡Pero mirá vos! Se me acerca con lágrimas en los ojos y me trae una rosa roja envuelta en celofán verde. ¡Las cosas que hay que ver cuando se ha perdido la vista!”
- Era tan buena – lo escucho decir mientras apoya sus manos sobre los hombros de mi hermana – Yo, desde que la conocí, siendo novio de Carmen, la adoré.¡Tenía una personalidad tan especial! – agregó casi con voz entrecortada.
“Esto si que se pone interesante. Claro, qué va a decir. Si cuando mi hermana menor, Carmen., lo presentó, lo miré de arriba abajo, calando al instante lo malandrín que era, y mis ojos, esos verdes que antes brillaban, se lo dijeron con sostenida mirada.
“Carmen estaba cerca de la puerta conversando con Luis, averiguando, como si fuera importante, los detalles de mi ataque. Que dónde, que cuándo, que cómo…El pobre Luis, repetía como la cinta de un cassette sin fin, las circunstancias de mi partida. Agarrado a las monedas, se vino a vivir conmigo, recién casado, a la casona de nuestros padres. Su mujer, una petisa rellena como matambre navideño, callada como el silencio, se acomodó durante todos estos años a la convivencia tripartita en la espera de la sucesión que le evite una mudanza. Si cuando se acerca a atender a los concurrentes, como si fuera la maestra de ceremonias del evento, se le lee hasta en los ojos lo que siente: ¡Día de Gloria! Ahí viene. Se acerca y toma del brazo a mi cuñado, que le dice mientras le palmea la espalda”:
- Ustedes han sido tan generosos con ella. Tienen que estar orgullosos, sobre todo vos, una cuñada ejemplar.
“Ahora se pone divertido. La carcajada explota en mis entrañas cuando recuerdo las palabras del cuñado describiendo la estupidez, torpeza y mal gusto de quien ahora alza en el podio del orgullo. Nunca pensé que esto podía ser tan maravilloso … aunque nada sorprendente.
Los vecinos van entrando de a grupitos tímidos, murmurando palabras circunspectas repetidas durante siglos, cadena con tres eslabones en un único vocabulario funesto:
- Lo siento mucho. ¡ Qué letanía aburrida!
Cármen me deja a manos del cuñado y se apresura a servir cafecitos en vasos descartables minúsculos. Dos hombres, a quienes no recuerdo haber conocido en mi larga vida, se arriman al cuñado, que sigue a mi lado como custodio de presidente.”
- Lo siento – dice uno de ellos en voz baja sin poder simular una sonrisa.
- Al fin largó la vieja – comentó el otro, más sincero.
“ ¿Y éste quién es? Me da mala espina, aunque el espinazo no se me mueva.”
- Sh – lo calla el cuñado.
- ¡Vamos! Si no escucha – dice el honesto, por así decirlo.
- ¿Está todo arreglado? – pregunta el otro.
“Callan los tres porque se acercan mis sobrinas. Dos párvulas de apenas quince años, a las cuales nadie les indicó el decoro que merece la situación, o por lo menos, el que yo merezco. Con pantalones más que ajustados y unas remeras escotadas llenas de brillantina ordinaria, se inclinan, y al verme, se les escapa un gritito de horror. Salen abrazadas corriendo hasta la puerta. ¡Qué papelón!”
- ¿Está todo arreglado? – insiste.
El cuñado, con su mirada furtiva, entorna los ojos y contesta:
- Los padres le dejaron a Margarita la casa como herencia porque era la única soltera que se quedaba a vivir ahí. El resto recibió parte de unos terrenos que tenían en Flores. Como la vieja permitió que Luis y su mujer vivieran con ella, y ayudó a la otra hermana cuando enviudó, ellos renunciaron a su parte de la casa. Así que la ùnica heredera es Carmen. Sí, la guita es nuestra.
- ¿Cuánto tiempo lleva hacer el papelerío? – cuestionó el más jóven.
- Sh! – interrumpe mi adorado cuñado al ver la silueta del hombre que no se movió ni un segundo de al lado de la tapa del cajón, apoyada sobre una pared.
Un hombre, más que un hombre, una sombra. Margarita no lo ve, pero es conocedora de su presencia.
Cuando escuchó las palabras de su heredero político, no pudo menos que esbozar su última sonrisa, la mejor de todas.
El hombre vestía un saco marrón de lana. En su bolsillo, descansaba un sobre con un papel firmado ante escribano público, en el cual la voluntad de Margarita le otorgaba la propiedad de la vieja casona que la vió crecer. Donde él dejaba cada mañana una bolsa de papel con panes tibios; en cuya puerta cancel se acariciaron mejillas y se hornearon ternuras.
“Mi estimado cuñado, la casona es de quien llenó de amor mi vida, de quien lo puso hoy en la flor que lleva mi nombre.”

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